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Franco Lillo: “La madera es un material vivo, se va moviendo, respirando con los años”

Mi experiencia con la madera parte desde que era pequeño. Me gustaba jugar con los restos de las construcciones donde trabajaba mi papá. Él es arquitecto y yo veía cómo las vigas, las tablas y las maderas en general se transformaban desde un simple material a la parte de una casa o desechos de demolición.

Me cautivó la dualidad de la madera: que se utilizara con fines estructurales ‒los listones que formarían el esqueleto de un techo o cobertizo‒ u ornamentales ‒como la madera pulida de la cubierta de una mesa‒. Me interesó ese recurso estético y material en que encontraba la historia plasmada en las vigas, con clavos que yacían ahí enterrados hace décadas, o los cortes recién hechos, dándole nuevas dimensiones y cambiando el destino al que había pertenecido tanto tiempo.

Desde que el árbol crece ‒desde la semilla‒, se va nutriendo, absorbiendo agua, sol e historias. Los anillos de su tronco van reflejando las temporadas en que la corteza recibió más temperatura o, si los inviernos fueron más duros, sufre una adaptación que deja una huella permanente en su crecimiento.

Cuando uno trabaja con un madero, se encuentra con esas huellas, ese recorrido. Como dice mi maestro y amigo, Osvaldo Peña, la madera no es solo un material: tiene una historia propia y un crecimiento característico y sugerente. Está en las manos del artista aprovechar esas potencialidades y hacer ver al espectador lo que se encuentra dentro. Al ir acumulando troncos y ramas, uno se da cuenta de que la madera es un material vivo, se va moviendo, respirando con los años.

Uso distintas herramientas para cada trabajo, desde las más básicas como el formón, la gubia y el mazo, hasta la motosierra, el esmeril y las herramientas neumáticas. Pienso que antes de ocupar las herramientas eléctricas hay que dominar las manos. Conocer las técnicas y los materiales, las texturas, el peso de las cosas. Conjugar la fuerza y la precisión para lograr que las herramientas sean una extensión de la mano.

Al tallar, el trabajo depende mucho de la calidad de la madera. Hay algunas blandas, que cuesta un mundo pulir por completo, y otras duras, a las que resulta más laborioso darles forma, pero donde el paso de la gubia deja un corte limpio, delicado, la huella exacta de la intención. Incluso la huella de la herramienta puede formar parte de la historia que cuenta la figura.

En lo personal, veo una relación entre algunas de mis esculturas en madera y mi historial médico. Nací con una vértebra de más, un pequeño “cachito” se desarrollaba entre dos discos de mi columna, lo que provocó una escoliosis congénita, sifosis y dos hernias lumbares. Básicamente mi espalda era una rama que crecía chueca, con nudos y sin apuntar al sol. Debí usar un corset que me comprimió el torso durante mis años de crecimiento, guiándolo y dando un eje para que ese “cachito” que podía encorvar mi espalda no pasara a mayores.

Ahora, ya de alta, reconozco el valor de haber pasado por ese proceso. Al igual que un arbolito al que se le amarra de un tutor para que crezca derecho, senté raíces, me nutrí y desarrollé para generar así nuevas experiencias y comunicar a través del arte.

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