Más allá de sus derivados convencionales, de la madera y la corteza de los árboles se pueden obtener múltiples productos, algunos de muy alto valor, tales como bases para perfumes, agentes antipatógenos y compuestos inhibidores del apetito. Es más: los primeros materiales plásticos desarrollados por el hombre fueron el nitrato y el acetato de celulosa, derivados de la biomasa forestal, al igual que el celofán y diversas fibras textiles.
Muchos de estos productos se introdujeron al mercado durante la primera mitad del siglo XX, antes del advenimiento de la Era del Petróleo. Hoy, con su declive, paulatinamente se están redescubriendo las múltiples potenciales aplicaciones de la biomasa, las que abarcan un espectro mucho más amplio que los commodities que la industria forestal genera en la actualidad. Sin desmerecer estos productos, debe reconocerse su bajo valor agregado, bajo potencial de crecimiento y poca valoración por parte de la población. El futuro del sector forestal está, más bien, en los nuevos usos que pueda darse a las materias primas que el bosque genera, combinando, idealmente, químicos finos, biomateriales y biocombustibles. Estos productos serán la base de la bioeconomía del futuro y ‒a través de procesos económica, ambiental y socialmente sustentables‒ influirán fuertemente en la actividad industrial.
Existen ejemplos notables de desarrollos tecnológicos de este tipo en el país, liderados tanto por empresas como por centros de investigación: adhesivos, nutracéuticos, saborizantes alimenticios y nanofibras de celulosa, todos con una amplia gama de aplicaciones, alcanzarán pronto un nivel productivo. Chile tiene una posibilidad única de asumir un rol de vanguardia en este nuevo ámbito de desarrollo, debido a la amplia disponibilidad de materia prima, el alto nivel tecnológico e internacionalización de sus empresas, y la alta calidad de sus capacidades científicas y tecnológicas.
En la cadena de valor de estas “biorrefinerías forestales” debieran participar múltiples actores; entre ellos, pequeñas y medianas empresas de base tecnológica, complementando la actividad económica de las grandes empresas que dominan al sector hoy en día. Para que ello ocurra, debemos atrevernos a cambiar, a crecer y a innovar: a la industria le cabe abrir espacios a nuevos actores, propiciar la innovación y apoyar a emprendedores; las universidades y centros de investigación deben llegar con sus desarrollos tecnológicos al mercado; y al Estado le corresponde reconocer ‒¡al fin!‒ al sector forestal como un pilar del desarrollo económico del país.
* Unidad de Desarrollo Tecnológico, Universidad de Concepción
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