13 de Abril, 2017
Las famosas Iglesias de Chiloé no sólo son uno de los principales atractivos de la región, sino que además cuentan con un importante valor histórico y cultural. Construidas a lo largo del archipiélago, estas iglesias poseen una belleza innegable y un misterioso encanto fruto del sincretismo entre el espíritu chilote y las ideas religiosas de la época.
Las iglesias de Chiloé comenzaron a ser construidas a partir del siglo XVII y hasta el siglo XX, como parte del proceso de evangelización llevado a cabo por los jesuitas en el territorio nacional. De esta forma, los sacerdotes de la congregación trajeron ideas y representaciones directamente desde Europa que posteriormente se mezclaron con técnicas de los habitantes indígenas originarios.
Así, se obtuvo como resultado una serie de construcciones arquitectónicas que utilizaron por completo la materia prima que abundaba en la región y hoy son parte de lo que se conoce como la Escuela Chilota de Arquitectura Religiosa en Madera, un ejemplo único en el mundo.
Actualmente son cerca de 60 iglesias las que forman parte de esta escuela. 16 de ellas fueron declaras por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad en el año 2000. Esto, gracias a que son portadoras de una exitosa fusión de tradiciones culturales europeas e indígenas y que muchas de ellas se han conservado casi intactas, por lo que su función, materiales y sistemas de construcción permanecen sin mayores modificaciones.
Por su abundancia y durabilidad, la madera se convirtió en el material idóneo para permitir el desarrollo de la cultura chilota. Los habitantes de la región la utilizaron en todo tipo de herramientas y construcciones, incluso en las iglesias. El mañío, el alerce, el ciprés y el coigüe fueron algunas de las más usadas.
Cuando llegó la misión evangelizadora, el archipiélago de Chiloé era habitado, principalmente, por comunidades de chonos y huilliches, quienes se caracterizaban por tener un amplio manejo de la madera, sobre todo para construir botes. Es evidente, pues, que su conocimiento y destreza hayan sido aprovechados para levantar iglesias y revestirlas con singulares tejuelas hechas a mano.
Además, se sumaron las técnicas de construcción de barcos donde, por ejemplo, en vez de utilizar clavos de fierro, se desarrollaron tarugos de madera para unir las diferentes piezas de la iglesia, imitando así el ensamblaje de los navíos.
Y si se mira con detención las bóvedas de la nave central, no será difícil para el espectador descubrir en sus formas nada menos que un barco invertido, una perfecta mezcla entre lo tradicional y lo nuevo.
Al ser resultado de una serie de modelos arquitectónicos traídos desde Europa ─iglesias barrocas, viviendas neoclásicas, construcciones modernas, góticas, entre otras─ generaron construcciones únicas y originales que además cuentan con una destacada imaginería religiosa en su interior.
Situadas en colinas y en sitios donde pudieran ser vistas por los navegantes, las iglesias fueron emplazadas en altura y cuidadosamente mirando hacia el mar. Frente a ellas es posible encontrar grandes explanadas, espacios fundamentales para el desarrollo de importantes festividades religiosas y encuentros comunitarios. De esta forma, el paisaje adquiere un importante valor al momento de pensar en estas construcciones.
Y aunque estas iglesias se han visto afectadas por el clima y la escasez de materia prima para restaurarlas, aún siguen en pie, después de casi 400 años de historia. Hoy la Fundación de Amigos de las Iglesias de Chiloé ha impulsado la recuperación de algunas de estas iglesias, principalmente las que son parte del Patrimonio de la Humanidad, pero para ello necesitan recuperar la “cultura de la madera”, aquella que hacía que nadie estuviera ajeno a sus características, que supieran cómo trabajarla e impregnar en ella parte del patrimonio chilote.