8 de Noviembre, 2017

Taller Expreso: maderas recicladas de la calle ahora llegan a Providencia

La iniciativa, fundada en 2013 en la hospedería del Hogar de Cristo, se consolida y le da una nueva oportunidad a quienes se forjaron en la calle, recuperando su propia historia mientras descubren las vetas de la madera. 

Un hombre ciego desliza la palma de su mano sobre la tabla de cocina que días después estará en la mesa de alguna familia. La madera con la que fue construida es reciclada, fue encontrada en la calle, sucia, con marcas y pintura.

Para llegar a las manos de quien la pule fue descubierta en una vereda, rescatada, limpiada. Nuevamente tomó valor a través de quien la moldea, el mismo que vive en la calle, que no tiene casa, que entiende la rudeza de ser desechado y que ahora redescubre su propia veta. “Aquí nadie da pena”, dice Maite Zubia.

Zubia fundó el taller Expreso en 2013, en la Hospedería del Hogar de Cristo, luego de descubrir que la riqueza de ese grupo de hombres solitarios se encontraba en el trabajo en comunidad. Han crecido, por estos días cuentan con un espacio para vender sus tablas en providencia, pero la raíz de construir en conjunto es la misma.

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Un trozo de madera pasa por una cadena de distintas manos que van dándole valor al tallarla, al darle forma para llegar a un producto final. “Por ejemplo para el preso el valor de la madera es fundamental porque es un material noble, que a pesar del reciclaje del desuso siempre mantiene su dignidad, y aunque parezca ya desechada, habiendo completado su vida útil en la calle, en trabajo de manos expertas es capaz de volver a lucir su verdadera imagen y su preciosa veta. La madera es el símil de ese adulto mayor, de ese viejo, pero solo hay que saber trabajar esa madera para volver a hacerla viva”, explica Zubia.

Más de 10.000 personas viven en la calle, según el primer resultado de la medición nacional Registro Social de Calle realizado por el Ministerio de Desarrollo Social, de los cuales un 44 por ciento se encuentra en la Región Metropolitana. Ese hombre ciego que revisa que las tablas de cocina no tengan astillas es una de esas personas que duermen en la calle o en la hospedería del Hogar de Cristo, pero que ahora es parte de la labor de Expreso para generar más de 7 mil tablas de madera al año. Un espacio integrado por 80 personas, vivas y fallecidas, porque Zubia los cuenta a todos por su legado y sus compañeros no los olvidan.

Ahora no solo hay un taller en la Casa de Acogida Joss Van de Test del Hogar de Cristo, una segunda casa en San Bernardo ya cuenta con un espacio. Se trata de un trabajo remunerado en el que reciben todos un mismo sueldo semanal, pero no son empleados, al llegar se transforman en socios de la fundación, la que ha crecido con el paso de los años y el esfuerzo de todos.

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Por eso Zubia rescata el compromiso: “El miércoles pagamos y están todos en fila esperando, pero no es una determinante. Por ejemplo si no hemos vendido suficientes tablas y no tengo para pagar el sueldo completo nadie me mira mal, todo lo contrario me dicen ‘no me pague’. Hay viejos que me han dicho ‘le presto’. Es increíble. Hay un sentido de compromiso tan impresionante que trasciende al tema de la plata. El 100% de los viejos tiene puesta su cabeza en que esto tiene mucho más que ver con la dignidad que con una ganancia”.

En el taller se respetan las decisiones en conjunto y la creatividad de cada integrante y fue así desde el inicio. “Sin tener recurso alguno, solo la madera y personas de la calle, que con un par de lijas de tropel empezamos a limpiar. Si uno va sacando la basura que está por encima las heridas, empieza a aparecer la veta, la historia, el árbol y junto con eso también la persona que la herida y ese desecho, un poco también por culpa de todos nosotros”, agrega Zubia.

La calle endurece y aparta, por eso Zubia salió de su propio mundo para acercarse más al de sus viejos. Cinco años han pasado desde que supo de la labor del Hogar de Cristo a través de una carta del capellán Pablo Walker, publicada en internet y titulada “No calles”. En el texto, el jesuita escribió sobre la invisibilidad de quienes viven en la calle. Zubia sintió que no podía seguir en la omisión luego de leer esas palabras.

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Se contactó con Walker y se sumó a la labor. Bajó a General Velásquez y la realidad no la golpeó, le mostró un rostro distinto. Decidió quedarse para recordarles su nombre a los viejos, entregarles dignidad a través de su propio trabajo, reencontrar la veta perdida tapada por la indolencia de la calle.

“Me enamoré de personas que siento son el aporte más medular de la sociedad porque en el fondo son personas que vienen de vuelta, pero de vuelta de verdad. Ya pasaron por la muerte y están en la etapa de la resurrección que ellos mismos decidieron y tengo la suerte de vivir eso, de que mis niños vivan rodeados de esto. Son niños que han crecido viendo esto no como caridad o lástima; han crecido rodeados de un mundo que se puede transformar y que en definitiva se transforma en comunidad”, señala Zubia.

Expreso ahora es una fundación y es visto como un ejemplo para otras organizaciones, tanto nacionales como internacionales. Durante este tiempo han difundido su trabajo de boca en boca y en redes sociales. Sin embargo, desde esta semana, y durante dos meses, llevarán parte de ese mundo que gestan en su taller a un espacio central en Providencia.

En un stand en el Drugstore, de lunes a sábado, venderán las maderas pero también entregarán un regalo con sentido, con esa madera reciclada y moldeada por un equipo que se forma gracias a la empatía, la ausencia de egoísmo y el trabajo en comunidad.

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