Varias circunstancias de la vida me fueron emparentando con la madera. Los veranos en el sur, la fábrica de terciados en Curacautín donde trabajaba mi papá, y haber vivido en una casa enteramente hecha de madera.
Guardo, lleno de imágenes y sensaciones, sus colores, su cálida luz, sus tonos y vetas, el crujir de la casa en la noche. Esa sensación de un material de presencia despierta.
Hoy, en mis clases de carpintería, trato de hacerles ver y sentir a mis alumnos que la madera es como las personas. Podemos agruparlas y otorgarles valores genéricos. Sin embargo, al igual que con ellas, el afecto nace en el reconocimiento de la individualidad y, por tanto, de la diversidad.
No es sino hasta que logramos reconocer que cada pieza de madera es única que empezamos a querer y valorar este material. Cada trozo de madera expresa una historia, un origen, sus virtudes y defectos. Y los defectos de la madera, así como los de los seres queridos, son los que en muchos casos le otorgan su propia y única personalidad. Quizás por eso es que nos gusta tanto la madera, porque nos refleja parte de nuestra propia esencia.
Pero construir es todo lo contrario. La eficiencia está en el centro de la construcción. Y lo más eficiente es siempre lo más previsible. Materiales y sistemas estandarizados y homogéneos.
Construir con madera es entonces siempre una contradicción. O más bien una disputa, entre la heterogeneidad de su esencia y la homogeneidad que le exige el ejercicio del cálculo y la construcción.
El resultado de esta disputa determina, en la mayoría de los casos, que la madera pierda alguna de esas propiedades. Esto es evidente en algunos materiales, como por ejemplo en el MDF, donde se logra un excelente comportamiento isotrópico, pero se sacrifican todas las cualidades (colores, texturas, veteado, nudos…) que le dan a la madera la heterogeneidad que valoramos.
Y nos resultan particularmente molestos los materiales que, siendo industriales, buscan sin éxito aparentar la diversidad de la madera. Como esos terribles primeros pisos laminados plásticos en los que era fácil identificar un patrón de vetas o nudos.
Mi ejercicio en el diseño ha sido intentar mantenerme en ese filo. Avanzar desde la artesanía a lo industrial sin perder lo diverso y único de cada objeto. Los antiguos carpinteros sabían de esto. Por esto clasificaban y utilizaban sólo las maderas adecuadas para cada requerimiento.
Posiblemente un 80% de las maderas que utilizamos hoy habrían sido desechadas por ellos, reconociendo que para ellos la sustentabilidad no era un tema. Este es nuestro desafío: desarrollar nuevas técnicas en todo el proceso productivo de la madera, desde la plantación hasta la fabricación de nuevos materiales que respondan con las propiedades estéticas y semióticas que esperamos de ella, junto con las propiedades de eficiencia y sustentabilidad que le exige la construcción.
Un material (no nuevo sin duda) pero que juega en este campo son los terciados (o madera contrachapada). Logran propiedades isotrópicas, y un comportamiento aceptablemente homogéneo, sin perder lo propio del material. Al menos en el color y en el veteado podemos convenir de que no hay una pieza igual a otra.
La técnica del laminado comparte también estas propiedades, permitiendo lograr formas y tamaños imposibles para una pieza de madera sólida, sin perder la particularidad de cada pieza.
En “Lorca, diseño en madera” trabajamos, además de las maderas aserradas, con terciados de madera nativa, aplicando la técnica del laminado. Ofrecemos al mercado muebles en madera laminada con una alta dosis de diseño e innovación.
Diseñamos productos únicos pero fabricados con estándares industriales. Utilizamos también, para el acabado, los últimos productos que van saliendo al mercado, los que ofrecen terminaciones naturales, elaborados con materias y procesos amigables con el medio ambiente.
El objetivo final de nuestros muebles es que agreguen valor a los espacios donde se insertan, aportando belleza, originalidad, naturalidad y sofisticación.
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