27 de Enero, 2019

Torres de agua en madera conservan lo rústico entre la modernidad de Nueva York

Si bien la Estatua de la Libertad es el distintivo más popular de esta ciudad estadounidense, en el interior de sus calles es otro objeto el que se roba las miradas. A pesar de que muchos pueden pensar que las torres de agua están obsoletas, siguen más vigentes que nunca y su historia es apreciada por todos.

Debido a que la presión del agua del suministro que viene del norte del estado es excesiva, los
edificios en altura requieren moderarla mediante el uso de depósitos intermedios. En Nueva York,
todo edificio de más de 6 pisos está obligado a tener una torre de agua, aljibe o depósito si desea
evitar que la presión en la red sea supere los límites.

Por eso, en esta icónica urbe, el 97% del agua llega a los baños gracias a la gravedad, siendo
bombeada previamente a los depósitos situados en las azoteas: durante la noche se rellenan, y se
descargan durante el día. Así es que, desde hace más de un siglo, estos tanques de agua de
madera siguen presentes en Nueva York como una reliquia de la cuidad. Actualmente, hay
alrededor de 10 mil sobre los edificios de Manhattan y sus alrededores, más que en cualquier otra
ciudad norteamericana.

Las torres de agua son un signo distintivo en el horizonte de Nueva York, uniendo lo rústico con la
modernidad de la urbe y sus nuevos rascacielos. Aunque algunos de los edificios más elegantes
trataron, en su momento, de ocultarlos detrás de mamparas, la mayoría han terminado
mostrándolos con orgullo.

La madera tiene un papel muy importante en el funcionamiento de estos taques, ya que estos
depósitos sólo pueden ser de este material y de acero: otras opciones, como el plástico, no aíslan
bien el calor ni el frío, y la fibra de vidrio está prohibida por el código contra incendios de la
ciudad.

De ahí que este formato de tanques de madera sigan siendo los preferidos frente a los de acero,
debido a que la madera también es mejor aislante evitando la congelación del agua por las noches,
además de ser resistente a la corrosión, no dar un mal sabor al líquido y ser más económicos.

Además, los tanques de madera tienen la particularidad de tener un funcionamiento perfecto
porque, si hay fugas, se pueden arreglar muy rápidamente. Fuera de eso, tienen una larga
duración: un tanque de cedro, la madera más utilizada en la manufactura de estos depósitos, dura
35 años.

Es una construcción bastante estandarizada en la que se necesitan seis personas para fabricar uno
de estos tanques, y actualmente son elaborados sólo por dos fabricantes. La empresa Rosenwach
inició su trabajo en 1866, cuando el fabricante de barriles William Dalton contrató en 1894 al
polaco Harris Rosenwach. Después de que Dalton muriera dos años más tarde, su viuda Mary
vendió todo a Rosenbach —la madera, la maquinaria y los locales— a un precio muy bajo.

La importancia de estas torres de agua para la historia de Nueva York la destaca también
Rosenwach, uno de sus más importantes fabricantes: “París tiene la Torre Eiffel, Pisa tiene
también su torre y Nueva York tiene las torres de agua”, dice el propietario de una de las empresas
pioneras en el mantenimiento y construcción de tanques de madera de la ciudad.

La fábrica de Rosenwach ha estado situada en Long Island, Queens, donde también alberga otras
líneas de trabajo como torres de refrigeración para sistemas de aire acondicionado.
Hoy, el negocio de depósitos de madera para agua genera 6 millones de dólares, de los $18
millones de facturación total de la empresa que funciona con cerca de 100 empleados. Rosenwach
construye entre 200 y 300 tanques de madera al año, y coloca encima de cada uno de ellos su
logotipo: una roseta decorativa.

Iseeks es su única empresa competidora y tiene su factoría al norte de Filadelfia. Emplazada a 90
minutos de Nueva York, esta empresa tiene menor capacidad de maniobra ante eventualidades y
reparaciones urgentes, pero a pesar de eso construyen entre una a cinco torres a la semana.

Y aunque deben esperar varios años para reemplazar un tanque, el trabajo parece no parar en el
horizonte neoyorquino.


Escrito por Paloma Ávila.

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