7 de Marzo, 2019
La escena tiene lugar en la costanera del río Guangdong, que atraviesa gran parte de la ciudad china de Shenzhen.Hay muchas conchas de nácar en el suelo. Los transeúntes las pisan, juegan con ellas o las reúnen para sacarles una foto. Uno de ellos es un chileno, Cristóbal Silva, fundador de la empresa Bonoboss, que visita la región con frecuencia pues allá fabrican varios de sus productos. Le divierte reconocer las mismas conchillas que ellos mandan a reciclar para elaborar uno de sus modelos más llamativos de carcasas para celular: la línea Nácar.
“Este emprendimiento comenzó a fines de 2011 como un proyecto universitario que buscaba desarrollar productos que dejaran poca huella medioambiental”, cuenta Silva. Este ingeniero civil de 30 años ha ido expandiendo la oferta de Bonoboss, que hoy ya no sólo vende carcasas para celular sino también mochilas de papel (de 1,5 mm de espesor), lentes con marcos de madera noble, gorros de corcho, billeteras en cuero vegetal, relojes de madera y otros accesorios.
Más de 80% de los anteojos de sol que comercializan tienen una certificación de cadena de custodia, la que asegura que las maderas que utilizan cumplen con estándares de sustentabilidad que abarcan toda la cadena productiva del material, desde su plantación. También utilizan maderas recicladas, que provienen de demoliciones.
Silva asegura que sus productos fueron entrando de a poco al mercado y que la gente en un principio los miraba con extrañeza. “Raros, pero lindos”, decían. No obstante, ahora dicha situación ha cambiado: “estamos viendo una tendencia a que las personas transformen sus preferencias al momento de comprar accesorios. Hay un paso del plástico, de la producción en serie, a lo sustentable. Ese consumo ha ido aumentando y la madera ha tomado un rol protagónico”.
Respecto a la producción, el CEO de Bonoboss cree que durante mucho tiempo Chile ha tenido la maquinaría necesaria para elaborar productos de madera y materiales reciclados, pero que el real problema es competir con las empresas extranjeras. “A muchos fabricantes en Chile no les dan los volúmenes de producción y los costos como para hacer un negocio rentable. Además, a veces no tienen el stock necesario para responder a la demanda y la fabricación en serie extranjera llega con mucho mejor precio”, explica.
La primera imagen que se ve en su sitio web no es un anteojo: es una mano que recoge una botella plástica, acompañada de la leyenda “Resolvamos la crisis del plástico juntos”. Ello es parte de la alianza que tienen con la Fundación 4Ocean, a quienes financian la limpieza de medio kilo de basura plástica del mar por cada pulsera de plástico que se les compre. Durante marzo y abril de este año planean lanzar una campaña similar, aportando fondos para plantar árbol por cada producto vendido de una cierta línea.
Thomas Kimber, director ejecutivo y fundador de Karün, estudió 2 años ingeniería comercial y abandonó la carrera para aventurarse en este proyecto que nació en 2012. El nombre de esta aventura viene del mapudungún, donde Karün significa “ser natural”, algo que representaba fielmente la visión con que nació este emprendimiento.
“Estaban muy de moda los anteojos de plástico de colores que contaminan mucho, lo que nos llevó a pensar en cómo crear productos innovadores, de buena calidad y sustentables. La madera es el material más amigable con el medio ambiente y por eso la elegimos”, dice Kimber.
Durante mucho tiempo, le rondaba la idea de crear un modelo de negocios que fuese económicamente rentable y amigable con el medioambiente. Fue así que comenzó a trabajar con tejedoras mapuches de La Araucanía, a través de la Fundación Memoria Azul, a quienes encargaba algunas labores de producción de objetos. Al mismo tiempo, comenzó a proveerse de madera recolectando trozos de árboles caídos en la Patagonia, obteniéndola en demoliciones o comprando madera sin uso que proviniera de bosques de sustentabilidad. También empezó a recoger las redes de pesca que encontraba en los balnearios.
La fabricación de un par de anteojos Karün es minuciosa e involucra el calce perfecto de 21 piezas. La producción es de carácter mixto, pues combina técnicas artesanales con tecnología láser para conseguir tamaños exactos.
Cuando iniciaron este proyecto en 2012, produjeron 1.500 unidades de anteojos pero ahora, en 2019, esperan cerrar el año vendiendo más de 20.000. Entre sus objetivos para el futuro, se han propuesto crecer en el número de personas a quienes proporcionan algún trabajo –como recolectar trozos de madera–, y llegar a las 200, siempre en una relación de tipo colaborativo.
Era 2013 y Eric Castillo Fernández, un joven ingeniero mecánico titulado de Inacap, recorría los bosques de Rinconada, una comuna de la ciudad de Los Andes. Llevaba meses cesante luego de haber sido despedido de su primer trabajo y mientras caminaba, en vez de patear piedras, lo hacía con restos de madera que iba encontrando a su paso. En esa insólita circunstancia fue que la surgió la idea: iba a crear un producto a partir de material reciclado.
Usando el taller que había en casa de sus padres, Eric comenzó a investigar y a probar. Luego de mucho ensayo y error, sumado a tardes enteras recolectando trozos de madera en lugares de demolición o en los senderos de los cerros, comenzó a producir lo que se transformaría en la marca Leña Eyewear.
Como Karün, sus anteojos también se construyen a partir de piezas cuidadosamente ensambladas y lijadas a mano, con la ayuda de artesanos locales. Todos los modelos cuentan con cristales alemanes que brindan protección UV400 y bisagras adaptables que se ajustan a diferentes formas de rostro.
“Elegí la palabra leña porque un trozo de madera puede ser quemado o bien puede servir para crear productos únicos”, explica.
Al igual que las otras marcas mencionadas, Leña Eyewear ve la madera y el reciclaje como una gran oportunidad. Aunque en Chile las condiciones del mercado hacen difícil que este tipo de negocios sean rentables y logren competir con la oferta internacional, los productores detrás de estas marcas se esfuerzan en ver el lado positivo: las personas que eligen productos en función de su diseño, calidad y originalidad, cada día más incorporan un nuevo criterio: la sustentabilidad.
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