Vivimos un momento crucial en la historia de la humanidad donde nos vemos enfrentados a tomar definiciones -la mayoría incómodas- que nos permitan actuar sobre el inminente colapso medioambiental.
Los impactos de la contaminación derivada de los procesos de manufactura ha tenido un costo que ha sido invisibilizado durante todo este tiempo. Esto queda de manifiesto al analizar los precios actuales de muchos materiales que no contemplan en su producción su huella socio-ambiental ni sus procesos de descomposición. El resultado es una fuerte desvinculación entre el costo real de los materiales y el uso masivo de los mismos promovidos por la industria, materiales que bajo este análisis hoy debieran ser considerados un lujo.
El rubro de la construcción no queda ajeno a esta análisis: es responsable de aproximadamente un tercio del volumen de los rellenos sanitarios (Conama, 2010). La gran mayoría de estos desechos corresponden a residuos sintéticos (packaging de los materiales, materiales de aislación, revestimientos, etc), principales responsables de la generación de gas metano en los vertederos, emanación tóxica que tiene un potencial de calentamiento global 25 veces mayor que el generado por el CO2. El desafío para la industria será, por tanto, determinar cómo afrontar este impacto tanto desde una perspectiva regulatoria como desde la misma práctica constructiva.
Desde la perspectiva del marco regulatorio, países como UK o Alemania han realizado los primeros pasos: la implementación de requerimientos como “Whole-life Carbon Assessment” para el desarrollo de proyectos que imponen restricciones de uso a materiales que puedan tener cadenas de carbono-intensivas. Para el caso de Chile, iniciativas como “Construcción Sustentable” del MINVU han establecido los primeros lineamientos técnicos en formato de guía de buenas prácticas de carácter voluntario que permitan servir de antecedentes para establecer marcos regulatorios.
Pero esto no será suficiente para el desafío que nos plantea la crisis ambiental. Debemos refundar los ecosistemas en torno a la industria de la construcción desde una perspectiva multi escalar, incorporando los residuos en el sistema y poniendo como foco principal la economía circular.
Hablamos, por ejemplo, de propiciar incentivos a la generación de micro industrias distribuidas a lo largo de Chile para establecer un ecosistema de producción capaz de reutilizar residuos de otras industrias como sustratos para la generación de materiales de origen biológico.
Estamos en un momento único para promover nuevos materiales que sean alternativos a los fabricados bajo procesos intensivos energéticamente y con impactos socio ambientalmente negativos. Es una oportunidad para promover la utilización de materiales de origen biológico (biofabricación) capaces de convertir desechos orgánicos de bajo o nulo costo en materiales económicamente viables y medioambientalmente amigables.
La biofabricación a partir de hongos saprofitos, por ejemplo, tiene el potencial de cambiar la industria de la construcción propiciando la circularidad de procesos industriales. Desde paneles acústicos, aislación térmica, ladrillos, revestimiento, mobiliario, hasta la biorremediación de territorios contaminados. Es un sistema material tan versátil que es posible ajustar la resistencia o flexibilidad que requiere el material de acuerdo a las características nutricionales y físico-mecánicas del sustrato, como también de la selección del hongo actuando como un biocompuesto. Biomaterial que incluso además de ser ignífugo es hidrofóbico, dos características extremadamente necesarias en la construcción.
Necesitamos urgentemente cambiar la perspectiva extractiva y comenzar a trabajar con la naturaleza utilizando el crecimiento biológico en vez de procesos de fabricación caros e intensivos energéticamente en procesos de generación de materiales más sustentables. Porque por más que hablemos de una crisis del medioambiente, la crisis es cultural, la crisis proviene de nosotros. Ha llegado el momento de comprender los procesos en los cuales estamos insertos, saber de qué manera impactamos con todo lo que se manufactura y cómo mitigar esos impactos atendiendo al trabajo con la biología y sus procesos. Es nuestro deber diseñar una cultura biomaterial, en la que le pidamos a los materiales que nos rodean que sean capaces de componerse biológicamente, y no sólo en su contenido sino que sean capaces de generarse y regenerarse, además de biodegradarse en el final de su ciclo, nutriendo el territorio.
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