28 de Abril, 2020
Nacido en Temuco en 1979, Jean Petitpas se tituló como arquitecto de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV) en 2005. No fue hasta el 2017 cuando expuso por primera vez una decena de esculturas en madera de cedro en una sala abierta al público; una muestra totalmente autogestionada titulada “Márgenes”, y para la cual José Cruz Ovalle, maestro y amigo personal, hizo de curador. A esta le siguieron “Un otro fuego” (2017) en la Cripta de la Iglesia de los Sacramentinos y “El gesto que habito” (2020) en Ekho Gallery.
Además de estas tres exposiciones individuales, que le han posicionado como un artista activo y referente dentro de la escena nacional mostrando su trabajo tanto en Chile como en el extranjero, Petitpas representó a Chile en la última versión del Salón Revelación, la bienal de Oficios Artísticos y de Creación desarrollada en París en mayo de 2019.
Este artista realiza sus esculturas en madera de raulí, cedro y haya. Para el arquitecto, estas obras apelan a una afinidad histórica con el material, presente en todas las escalas, desde utensilios hasta grandes estructuras. “La madera nos ha sido próxima, y nuestras manos la prefieren antes que al metal. No hace falta que nos la presenten, en algún grado todos la hemos vivido”, comenta Petitpas.
“Para mí, la madera es escultura en potencia. No hay nada que añadir, nada que quitar o cambiar. Desde que es árbol abraza un espacio que se distingue de lo abierto siendo abierto también, divide al aire con la gestualidad de sus ramas, y junta a la luz con la sombra en el tamiz de sus hojas”, explica Petitpas. Y añade: “Esta continuidad y armonía es la que apreciamos sentir en el lugar que habitamos. Sin embargo, esa sensación se hace evidente cuando logramos leer en el espacio, cuando accedemos a su composición para finalmente volverlo expresivo desde una voluntad”.
Propone, a través de su escultura, que al menos una dimensión del espacio que habitamos y que personalizamos permanezca abierta, flexible y dispuesta a los cambios, que no sea un lugar rígido y concluso, porque para él ese camino “está muerto”. “Mi búsqueda consiste en que la escultura parezca abierta, distinta cada vez que se mire, conservando la sorpresa”, explica el arquitecto y artista. Asegura que escucha sobre ellas cosas como: “Mira cómo le llega la luz” o “mira cómo la recibe”, pero pocos comentarios sobre la forma. “Algunas son pura fragilidad, otras se desenvuelven hacia una densidad particular. Mis obras componen un lenguaje de señas, una caligrafía tridimensional”, detalla.
No diseña con un software computacional, sino que dibuja plantillas para el corte en piezas, lo que le asegura la utilización máxima del material. “Luego compongo con ellas sin un diseño previo”, afirma. Para darle forma a la madera y cortar, ocupa herramientas comunes: sierra, caladora, lijadora de banda y cepillo. El detalle constructivo viene en trabajo de las uniones, no hay fijaciones metálicas, todo se une mediante ensambles y encolados que forman parte del lenguaje de la obra. Para el acabado, utiliza un aceite-cera mate, que permite realzar la veta y color natural de la madera.
Luego de finalizar una escultura, resultan muy pocos desechos porque utiliza aproximadamente el 90% del material puesto en el taller, y al trabajar aditivamente y no por talla el descarte es mínimo. Con este restante fabrica piezas para no dañar la obra durante el prensado.
“Construir en madera permite reutilizar los sobrantes, hay una economía de recursos tanto en el plano de la arquitectura como en el de la escultura. La belleza de una obra proviene de la suma de decisiones y mientras más alineadas estén entre sí, mayor radicalidad cobrará el resultado”, agrega.
“Desde niño me han cautivado los artefactos campesinos realizados en madera; los picaportes de los portones y los invernaderos, la ingeniosa escalera de cosecha o el mismo cajón de manzanas. Siempre al borde de la ruina, maderas sin tratar, tostadas y agrietadas por la intemperie, ásperas al tacto y sin embargo de una profunda belleza”, cuenta sobre sus comienzos con este material.
Petitpas explica que una construcción infantil como cajones semirregulares de madera le dio paso a encontrarse con aspectos como el espesor y la transparencia, antes de saber incluso cómo se llamaban.
Hurgar en las rumas de viejos tablones, tras valiosas piezas, e involuntariamente descubrir el espacio de los intersticios en la ruma, son aspectos que guardan gran relación con su quehacer. “El palo, de especie anónima, fue sin duda mi primera fuente, y la singularidad de sus formas, la clave para aprender algo de composición”, recuerda.
Sus primeras incursiones en la escultura fueron realizadas con desechos, viejos marcos de ventana o similares que encontraba en las calles de Valparaíso cuando salía a dibujar mientras se encontraba estudiando arquitectura. Al final de esos años, finalizando sus estudios el 2004, pidió desarrollar su proyecto de título bajo la guía de José Balcells, destacado escultor y docente (1947-2016), discípulo de Claudio Girola (1923-1994), uno de los fundadores de la Escuela de Diseño y Arquitectura de la PUCV.
Asistía sistemáticamente al taller que ocupaba Balcells en Ciudad Abierta (un campo de experimentación arquitectónica) en Ritoque, para trabajar buena parte del día en la obra de su maestro, para luego iniciarse en lo propio con los retazos de raulí que resultaban. “Fueron muchas tardes tallando o bien plegando pequeñas láminas metálicas, para en las pausas, observar cada detalle de ese taller. Así fue como caí en la cuenta acerca del ‘vacío entre las cosas’”, explica Petitpas.
Tras dejar Valparaíso, pudo colaborar con renombrados arquitectos como Smiljan Radic, José Cruz y Cristián Izquierdo. Con cada uno conoció una diferente aproximación a la madera, además de poder dialogar con ellos acerca del orden, espacio y atmósfera. Entre medio de la colaboración los dos últimos, migró a San Pedro de Atacama por un año para edificar él mismo un proyecto de vivienda llamado “Umbráculo”.
“Resulta interesante cómo la presencia de la madera consigue potenciar el objetivo de la obra, cuando inequívocamente la materialidad permite que el espacio resuene como un todo. En un comienzo, durante los primeros pasos en la arquitectura, uno se encuentra con el material y sus aptitudes: resistencia, flexibilidad, textura y luminosidad, entre otras, y en adelante buscas de que este material no abandone su esencia matérica, su Eros”, comenta el artista.
Para Petitpas, “una obra arquitectónica confina un lugar, hila situaciones y define una cierta relación con el entorno. La escultura se ocupa de las relaciones con lo ‘interno’, es un borde, una orilla ante la deriva ‘entre’ situaciones cotidianas, el cual permite que ‘perderse’ encuentre sede y sentido. Lograr continuidad entre ambas por medio de las proporciones y por supuesto la materialidad, es para mí dar un paso hacia un habitar más integrado”.
En su visión la experiencia de habitar es un tema principal, desde erigir un lugar hasta su contemplación y cuestionamiento. Por ello está interesado en el desarrollo de la autoconstrucción porque ve en ella una alternativa económica y edificante para quien la experimenta y se construye también como persona. Así es que ha sido partícipe y mano de obra de algún proyecto de arquitectura: en el “Umbráculo” de Atacama y en un pequeño pabellón para la cultura que construyó junto a Magdalena Aguirre, en Zapallar, donde el principal componente fue un módulo prefabricado en terciado de 18 mm de un peso portable y versátil en sus usos.
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