Si se pudiera definir en una palabra lo que Héctor (44) y Nicolás (41) Ducci Fernández realizan, costaría. Se los podría catalogar de quijotes. De protectores. También de nostálgicos. Otros podrían referirse a ellos como guardianes de la Historia, médicos arquitectónicos o cirujanos constructivos. Todos conceptos diferentes, pero, a su vez, muy ligados entre sí al referirse a la labor que ejecutan.
El mayor es artista y cinematógrafo de la Universidad de Hampshire, Estados Unidos. El otro, arquitecto de la Universidad Finis Terrae. Héctor se explaya más cuando responde. Nicolás, en cambio, es mucho más directo y conciso. Juntos son Ducci & Ducci. O los Hermanos Ducci Fernández, pues también quieren hacer partícipe a su madre, dicen. Ambos han dado que hablar por una labor tan llamativa como romántica: rescatar antiguos galpones del Sur edificados con la técnica del cajón y espiga, un asombroso método de construcción que hoy se encuentra prácticamente obsoleto. Así, como si fueran piezas de lego del siglo XIX en tamaño real, los desarman, trasladan, reparan y vuelven a armar en otros sitios. Algunos para exhibirlos como auténticas obras de arte y, otros, para darles usos funcionales, manteniéndolos lejos del abandono y deterioro que suelen sufrir en los lluviosos climas sureños.
Destacan sus instalaciones frente al Museo Nacional de Bellas Artes en el Día del Patrimonio y, también, en el Centro Cultural La Moneda. Ambas muestras, además de haber sido muy visitadas, los ayudó para que tuvieran más notoriedad mediante su proyecto Galpones del Sur y pusieron en el tapete el valor y belleza de estas construcciones para el ciudadano urbano.
Todo comenzó en EEUU el año 1994. Héctor estudiaba Arte allá y trabajaba durante el verano para Rick Anderson, un contratista local. Nicolás, quien todavía estaba en el colegio, fue a visitarlo y, al enterarse Anderson que podía tener más mano de obra, le ofreció trabajo también.
“Consistía en sacar de un container las vigas de un galpón de tabaco que él había desarmado el año anterior en otra parte de Massachusetts y trasladado para rearmarlo nuevamente como casa. Cuando abrimos el contenedor, Rick se dio cuenta de que la mayoría de las marcas se habían caído durante el traslado y ahora estaban sueltas en el piso. Él estaba atrasado con otra entrega ese verano y no tenía otra opción que dejar ese cacho para nosotros dos. Por varias semanas le metimos cabeza a este puzzle gigante. Esparcimos todas las vigas, más de 200, a lo largo de un potrero y poco a poco íbamos viendo qué palo iba dónde; recolocando las plaquitas de aluminio cuando acertábamos con un correcto calce. Cuando volvió el contratista, estaba tan contento con nuestro avance que dijo: “¿Por qué no siguen ustedes con la restauración completa?”. Ésa fue nuestra introducción al mundo de la arquitectura de la caja y espiga”, recuerda Héctor.
─Héctor: La técnica consiste en ensamblar anchos postes verticales con largas vigas horizontales mediante uniones de tipo macho y hembra, formando una gran grilla estructural. Los principios gravitacionales de poste y dintel también entran a formar parte del sistema, trabajando en conjunto con los ensambles, que fijan las piezas en su lugar. Vigas diagonales puestos en cada esquina arriostran la estructura para crear resistencia frente a vientos y sismos. Estas diagonales son las más difíciles de ensamblar… El resultado es una estructura fuerte y muy antisísmica. Además de ser extremadamente bella; lo que se puede apreciar por dentro de la edificación porque muchas veces se deja el esqueleto estructural a la vista.
─Héctor: Los colonos europeos trajeron el sistema a nuestro país en forma masiva a partir de 1820, pero en verdad llegó mucho antes. Pedro de Valdivia venía con dos carpinteros alemanes en su primera expedición para construir las primeras viviendas. Entonces, la caja y espiga en Chile tiene la misma antigüedad que nuestro país. En la excavación arqueológica de Monte Verde, en las afueras de Puerto Montt, se encontró un rasgo de un ensamble en madera de tipo macho y hembra que data de hace más de 10.000 años. Éste es probablemente el ensamble más antiguo existente en todo el planeta.
─Nicolás: De poder, se puede. Pero, en mi experiencia, en la inmediatez, el arquitecto ya está atrasado el día uno en que inicia la obra. Esta técnica es más bien lenta comparado a lo que se realiza hoy. Requiere de un alto conocimiento técnico, pero a su favor está lo que perdura y la belleza de su lenguaje simple. Con las maderas que tenemos en nuestro país, merecen ser utilizadas, al ser únicamente necesario, de la mejor manera y para perdurar. El cajón y espiga asegura eso.
─Héctor: En Chile no hemos tenido noticia de nadie que está haciendo caja de espiga en arquitectura. Hay algunos pequeños “toques” de este método que hemos visto que los arquitectos agregan a sus obras como elementos decorativos más que estructurales, pero no hemos visto todavía un compromiso serio con la técnica. Los mueblistas en Chile sí usan la caja y espiga. Y muy bien.
─Héctor: Hay un criterio, una ética estricta que hay que tener en cuenta antes de decidir si trasladar un galpón antiguo de su lugar de origen. Principalmente porque son parte del paisaje chileno y porque son, de cierta forma, propiedad de todos. Esto es aparte del tema de seguridad, ya que es muy peligroso bajar un galpón grande. Volviendo al criterio, sólo se debe considerar desarmar un galpón si ya está a punto de caerse por sí mismo, por deterioro a su estructura. Muchos galpones se hacen leña al llegar a un cierto punto de deterioro y eso hay que evitarlo a toda cosa. En estas circunstancias, es mucho mejor bajarlo usando extremadas medidas de precaución, repararlo y trasladarlo a otro sitio donde se le pueden sacar 300 años más de vida.
─Nicolás: Los galpones se enumeran, se desarman y se suben al camión. Como no nos interesa sacar galpones sanos del paisaje rural del país, los deteriorados requieren de un gran trabajo restaurativo. Hecho esto, se llevan a su nuevo lugar para erigirse según la enumeración antes realizada y restauración que se les hizo.
─Nicolás: Su deterioro se debe a que no hay conocimiento de esta técnica y mucho menos experiencia en restaurarlos. Incluso el minimalismo estético de esta técnica disimula su valor patrimonial, por lo que pasa desapercibido. El proyecto de Galpones del Sur intentó reinsertar esta técnica en la memoria colectiva para otorgarles el valor patrimonial que los ejemplares merecen.
─Héctor: Son el último vestigio de la arquitectura clásica antigua que podemos ver en nuestro país. Desde 1890, la arquitectura en madera de este tipo ha ido en un descenso rápido. Creo que estamos en los últimos momentos de poder rescatar esta técnica, esta mirada hacia el pasado; a la época en que se construían las cosas con orgullo. Arquitectura hecha con manos de humanos y no de las máquinas. No queremos rescatar sólo los galpones del sur de Chile. Es la técnica y los principios geométricos y estéticos que se transmiten a través de ella, que son lo más importante.
─Nicolás: Sobre todo por la capacidad de ingeniería carpintera involucrada. El valor al esfuerzo humano y el manejo de la paciencia para un resultado único.
─Héctor: Ahora estamos terminando un proyecto increíble, junto al arquitecto Esteban Lepe, en el pueblo patrimonial de Curimón, en el valle del Aconcagua. Se trata de la recolocación de un galpón antiguo, transformándolo en una especie de centro de la cultura y las artes en plena plaza de armas de este pueblo. El sitio donde volvimos a erigir este galpón está en el punto exacto donde se cruzan los dos caminos del inca que conectaban San Pedro de Atacama con Santiago. Está cargadísimo de historia y es un honor estar trabajando aquí. Al terminar esto tomaremos un descanso. Pensamos enfocarnos en dar talleres de caja y espiga. También queremos retomar los talleres de carpintería para mujeres que estábamos haciendo y que habían tenido muy buen resultado.
Ver más sobre: