Tomás Hatton estudió ingeniería, y no tenía vínculo con la madera. Como surfista, pasaba gran parte de su tiempo rodeado de la naturaleza de Pichilemu, donde compró una casa. En la etapa de remodelación, el mueble central fue la mesa que él mismo elaboró.
Esa mesa fue su primer acercamiento con la carpintería, el que se consolidó en un viaje al sur por tres meses. “En ese momento decidí que trabajaría en madera, pero que no cortaría ningún árbol”, afirma, por lo que su trabajo se enfoca únicamente en tomar lo que encuentra en la superficie, rescatando así no solo el árbol sino también la historia en torno a él.
Y esa es la propuesta de valor de esta mueblería, en donde Hatton trabaja junto a su esposa, su hermano y dos amigos. “Tratamos de que el árbol trascienda, que la historia siga, que del árbol que se cayó y que vivió 600 años se logre hacer una mesa que dure unos 600 años más”, explica.
Usando las mejores técnicas, pegamentos y barnices evitan que grandes y antiguos troncos terminen como leña. “Para nosotros es importante que en lugar de quemarlos se fabrique un mueble eterno, porque la calidad que logramos tener en nuestros muebles es a nivel mundial y ese es el foco”, agrega.
Desde el 27 de septiembre instalarán seis tablones gigantes en la Semana de la Madera para que los asistentes puedan observar los colores, las vetas y las formas de la madera nativa en su máxima expresión, una puesta en escena que promete deleitar y sorprender al público.
De ingeniero a mueblista
“Estudié tres años ingeniería comercial y me salí por este proyecto. Fue un cambio radical. Cuando vi que iba directo a sentarme a un escritorio supe que estaba mintiéndome, no sirvo para eso”, recuerda Hatton.
Después empezó su recorrido por el sur de Chile, por Lago Ranco y sus alrededores, en la región de Los Ríos, y después en Antuco. “En Los Ángeles, Chillán, Concepción es donde más se mueve la madera y ahí es donde aprendí porque llegaba a los asados y escuchaba a los viejos expertos en el tema. Logré entender cómo funciona la madera, el primer paso para poder trabajarla, los procesos para que no se tuerza o se abra, porque la madera está viva toda la vida. Hay miles de cosas muy técnicas en la madera y no hay universidades que te las expliquen, la única manera es ir a terreno con buena disponibilidad para aprender”, asegura.
– ¿Cómo abordas el proceso?
Lo mejor que sé hacer es operar mi aserradero, es súper técnico. Además, al momento de aserrar el árbol, van saliendo las piezas, voy decidiendo la forma de las piezas y cómo irá saliendo al terreno. Es muy entretenido ver estas piezas después de tres años de secado, cuando llegan al taller, que son piezas que conozco, las miro y me acuerdo perfecto de cada una de ellas.
– ¿Y por qué el interés de rescatar las historias de los árboles?
Yo estuve en el sur con muchas cuadrillas forestales, gente que sube a la Cordillera y se queda acampando ahí por dos semanas, cortando árboles nativos legalmente, con un plan de manejo nativo, pero la teoría y la práctica están totalmente distanciadas. Entonces ahí me empecé a dar cuenta de que hay un problema grande. Nosotros vivimos 80 años y meter la motosierra en árboles de 200 o 600 años para hacer mesas es una falta de respeto.
– ¿Cómo van consiguiendo las historias de los árboles?
Al compartir tanto con los dueños de los campos o los viejitos que viven ahí prendemos una parrilla y me cuentan de su familia, por ejemplo, que pasaron un verano a la sombra de este árbol y luego se cayó. Entonces en el proceso voy rescatando la historia.
-¿Qué tipo de maderas son las que más trabajan?
Tenemos mucho Castaño, Laurel y Roble y también tenemos distintos árboles de distintas partes y cepas. Por ejemplo, sacamos un árbol de Santiago después que por una construcción se tocaron las raíces, de esta Haya Rosada con un importante valor familiar, del que saldrán 20 piezas y 20 comedores el 2024. Después tenemos un Ciprés de la cordillera y tenemos para fabricar cinco mesas.
– ¿Por qué aceptaron trabajar un árbol que no viene del sur, como es tradicional?
Fue una misión totalmente distinta a lo que he hecho siempre. Es un árbol en Santiago, plantado por el bisabuelo del dueño de una casa. Me llamaron y me contaron que toda la infancia la pasaron en una casa arriba de ese árbol, esa es su memoria familiar. Entonces, aunque la madera estará lista este 2024, están dispuestos a esperar las mesas que haremos con ella. Hay árboles que marcan a la gente, y en lugar de hacerlos leña vuelven a sus casas y se extiende la historia. Entonces me llaman con ese foco y saben que tienen que esperar tres años para que se seque, pero están dispuestos.
– ¿Qué proyectos tienen a futuro?
Estamos totalmente enfocados a exportar, vamos a abarcar un poco el mercado chileno, pero ya estamos hablando con tiendas en Nueva York y tenemos un par de muebles en Barcelona. De a poco toda la energía va a exportar, porque afuera valorizan mucho más la historia de la madera, y ese es nuestro fuerte.
– ¿Cómo han realizado ese avance?
Estamos trabajando con Pro-Chile, moviéndonos harto porque hay un mercado muy grande afuera que está dispuesto a pagar por estas piezas rescatadas de la Patagonia chilena. Los extranjeros tienen otra percepción del producto, valoran realmente lo que tienen, la historia de la pieza, quizás les gusta ese valor agregado. Los europeos, los gringos y asiáticos pagan más por ese valor agregado de los productos.
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