30 de Julio, 2019

Arte, espiritualidad y madera: la trayectoria del escultor mapuche Antonio Paillafil

Es el autor de las once figuras de madera inauguradas a fines de junio en la estación Bío-Bío de la Línea 6 del Metro de Santiago. Lleva casi 50 años trabajando con este material y los chemamülles (“gente de madera”, en mapudungun) han sido su obra principal, esculturas que le han abierto las puertas para exponer en Milán, Estrasburgo y París, y que incluso le han llevado a colaborar con distintos municipios liderando talleres prácticos. Para Paillafil, esculpir la madera es “una forma de sanar el alma y espíritu”.

Parece un escondite. Detrás de la Casa de la Cultura de San Bernardo —una casona tipo patronal que data desde el siglo XIX— hay un estacionamiento, un container, algunos troncos en el suelo. Al atravesar todo eso, justo en la esquina, entre un enorme muro de adobe y algunos árboles (tan antiguos como el recinto), se ubica el taller de Antonio Paillafil. Es difícil llegar hasta aquí, pero mucho más llegar hasta él. Paillafil no ocupa celular ni correo electrónico, solo el teléfono de red fija que hay en su casa. Hasta las tres de la tarde se le puede ubicar, porque después se dirige a la Casa de la Cultura de San Bernardo. El resto del día lo pasa en el taller: trabajando en las clases grupales que imparte el municipio o bien en sus proyectos personales.

Nació en Puerto Saavedra, región de La Araucanía, y su infancia la vivió a orillas del Lago Budi. Pero el maremoto que se produjo tras el terremoto de Valdivia de 1960, inundó todo y provocó que, junto a sus padres, emigrara a Santiago. Luego de haber estado en varios lugares dentro de la Región Metropolitana, en 1962 se instalaron definitivamente en la comuna de San Bernardo. Actualmente él vive aquí junto a su esposa y dos hijos.
Lleva casi 50 años trabajando en madera. No cuenta con estudios superiores, cursos o certificaciones. Desde los diez años que está familiarizado con el material debido a que sus padres siempre ejercieron la artesanía. “Ya no existe tanto lo autodidacta. Uno tiene una formación genética. Uno aprende, pero trae ese orden en la sangre”, dice.

Define la escultura como una forma de expresión espiritual, de sus creencias, tradiciones, y como una manera de registrar su historia familiar. Siempre se ha esforzado en firmar sus obras lo menos posible con su nombre y apellido porque “son lo más sagrado en nuestra cultura”. Paillafil proviene del mapudungun y significa “serpiente tranquila”, mientras que Llancaleo, su apellido materno, se traduce como “piedra de río”.

El trabajo de Paillafil ha llegado hasta Francia y tiene un lugar permanente en la Embajada de Chile en París y en la ciudad de Estrasburgo. También participó en el pabellón chileno de la Expo Milán 2015. En Chile, numerosas de sus obra se encuentran en distintos organismos tales como el Museo de Historia Nacional (frente a Plaza de Armas), el Patio Los Canelos del Palacio de La Moneda, el Centro Cultural La Moneda, la Cancillería y el edificio de la Cámara de Diputados, además de distintas municipalidades a lo largo del país.

La madera en el cuarto nivel

El pasado 24 de junio se inauguró en la estación Bío-Bío de la Línea 6 de Metro de Santiago, la obra “Los pasos de la vida por la Tierra”, compuesta por once chemamülles (“gente de madera”, en mapudungun) de madera nativa. El escultor contó con la ayuda de su hijo, Joel Paillafil Rojas, y de la artista argentina Elena Acosta. Este evento coincidió con la celebración del We Tripantu, el Año Nuevo Mapuche. A través de estas esculturas, Pailafill buscó retratar la “cosmovisión de nuestra cultura sobre la vida y la muerte”.

En general, el trabajo de Pailafill siempre ha estado enfocado en los chemamülles. Pero además de estas corporalidades femeninas y masculinas en madera, también retrata águilas, flores, animales, moáis. Figuras y formas que provienen de la naturaleza.

Casi siempre trabaja solo, pero en sus talleres le ha pedido a la gente que considera talentosa que se una a su equipo. No dibuja bocetos. Dice que a veces mientras duerme, también diseña. “Yo trabajo las 24 horas, incluso en los momentos de ocio”. Cuando viaja en autobús, ocupa el asiento junto a la ventana para “observar los árboles, las formas”. No suele medir cuánto tarda en una escultura. Si se trata de tiempo, en 2017 participó en un concurso organizado por la Fundación Huilo Huilo y tardó medio día en hacer una escultura de dos metros y medio. “La motosierra que ocupé era como mantequilla para la madera, porque estaba holgada, no me costó nada. Nos habían dado una semana y yo terminé en menos de un día. El resto lo utilicé para recorrer y conocer el lugar”.

Reutiliza maderas de descarte para dar vida a sus obras, siendo una de sus favoritas la del ciprés porque tiene mucha resina, es firme y liviana. Al moldear las formas de sus obras, utiliza primero una motosierra para el primer tratamiento, ya que sus esculturas parten de una sola pieza. Luego, trabaja con azuelas, gubias y mazos para ir esculpiendo más en detalle. Para proteger la madera usa impregnantes o cera de abeja, por sus propiedades antisépticas. Para lijar ocupa un esmeril angular de diferentes velocidades.

Sobre las herramientas y tecnología disponible en Chile para desarrollar la escultura en madera, Paillafil afirma que hay muy poco disponible. Las veces que ha viajado a Europa ha tenido la oportunidad de conocer lo que las marcas locales ofrecen en este rubro. “Cuando tomo una buena herramienta, me siento como un niño en una juguetería”, dice entre risas.

En 2015 participó en la Expo Milán de ese año. El stand de Chile fue el único que presentó la realización de una escultura in situ. Paillafil recuerda que utilizaron madera de tilo, que compraron allá porque traerlo desde Chile salía muy caro. “Al principio hubo problemas con la administración porque creían que la manipulación de la sierra podía lastimar a alguien. Entonces llegamos al consenso de no usar la motosierra en los horarios que hubiese mucha gente. Al público le gustó mucho ver el trabajo manual, porque allá en Europa todo está industrializado”. Estuvo durante 15 días en la ciudad italiana.

Otro trabajo que lo marcó mucho fue el realizado a Guillermo Carey, abogado de la Pontificia Universidad Católica de Chile. El abogado vio sus esculturas en La Moneda, quedó cautivado y estuvo buscándolo por meses. Un día llegó a su taller en San Bernardo y le dijo que quería comprar una escultura. Paillafil le explicó que su trabajo tenía un sentido más espiritual, por lo que necesitaba conocer los motivos detrás de dicha petición. Carey le reveló que dos de sus cuatro hijos murieron por el tsunami que se produjo por terremoto del 27F, en la hacienda Tanume, a 40 kilómetros al norte de Pichilemu. Paillafil accedió a realizar la escultura. Carey lo llevó en su helicóptero personal hasta el fundo que tenía en Los Ángeles, Región del Bío-Bío para comenzar los trabajos. “Nosotros no creemos en la muerte, creemos en un paso a una siguiente dimensión. En mi cultura diferenciamos siete niveles. El tercero es el mundo terrenal, el cuarto es el mundo espiritual. Ese nivel fue el que retraté en las esculturas para Guillermo Carey”, explica Paillafil.

Mathias Klotz, decano de la Facultad de Arquitectura, Arte y Diseño de la Universidad Diego Portales, también tiene en su casa una escultura de ocho metros de altura de Paillafil.

El arte como reinserción social

No suele contar las ocasiones que distintas municipalidades lo han invitado a realizar talleres abiertos al público, tampoco las veces que ha terminado una escultura. Pero dando una cifra estimada, Paillafil señala que ha esculpido un total de 4000 figuras de madera.

El taller práctico que ofrece en la Casa de la Cultura de San Bernardo es el más antiguo y lleva 30 años impartiéndolo. Suele trabajar con un promedio de 40 personas, de distintas edades, profesiones y oficios. “El arte en Chile se crea desde y para una elite”, dice. El propósito de Paillafil es democratizar su acceso, pero por sobre todo, que las personas “desarrollen su parte creativa y lado espiritual. Ha llegado gente que no tiene idea de esculturas o de cómo manipular herramientas, pero eso no impide que se desenvuelvan y logren crear”.

El taller suele empezar a las cinco de la tarde, pero sus participantes llegan un poco antes. Se van instalando de a poco. Paillafil les menciona que la antigüedad de los árboles que hay alrededor de esta casona va desde los 100 a los 150 años.

En el 2000, junto a la Municipalidad de La Pintana, lideró un proyecto con jóvenes con problemas de abuso de drogas de la población El Castillo. Esto consistió en una escultura de 14 metros que se ubicó en la esquina de Avenida Santa Rosa con Gabriela. Utilizaron un árbol caído de secuoya y las latas de una vieja micro amarilla para hacer unos escalones de caracol alrededor del tronco, lo que representaba que estos jóvenes “iban escalando día tras día, en lo personal, en lo material, familiar y laboral”. Desde entonces, otras siete esculturas también se levantaron en la comuna, con un fin social de integración. Otro aspecto que buscó plasmar el escultor mapuche fue la división entre la periferia y el centro de la ciudad. “Yo siempre he trabajado mucho con gente marginada. He realizado talleres con mujeres que han sufrido violencia física, que han estado en la cárcel, jóvenes en riesgo social”, agrega.

Actualmente está armando y postulando a dos proyectos Fondart, uno es con la Municipalidad de Santiago y el otro con la de Villa Alemana. Serán esculturas pero también talleres. “La idea es ir realizando la escultura in situ, con la gente que asista, para que aprendan, se involucren y así se cree un sentido de pertenencia”, explica.

Las veces que ha expuesto en el extranjero y le han preguntado por su origen, él se presenta como escultor mapuche. “Para las demás personas la escultura siempre está terminada. Yo cada vez que la miro le encuentro imperfecciones. Pero está bien, si nosotros no somos perfectos, la escultura tampoco lo va a ser”, concluye Antonio Paillafil Llancaleo.


Escrito por Diego Zúñiga.
Fotografías cortesía de Metro de Santiago y Diego Zúñiga.
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