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Pablo Guindos: “El papel atribuido a la madera estructural en la era de la sustentabilidad”

Sorprendente. Así calificaría la falencia en no considerar de forma especial al uso de la madera en la construcción como un eje esencial para lograr una sociedad realmente sustentable. Y es que sucede, que, en numerosos estamentos, mesas de trabajo e iniciativas – unas más cercanas y otras más alejadas a mi lugar de trabajo -, me encuentro con que se discute en profundidad sobre la sustentabilidad medioambiental, y en algunos casos específicamente sobre la sustentabilidad medioambiental en la construcción, sin hacer mención alguna a la madera. Más bien, el tema de conversación suele centrarse en el desempeño energético de los edificios. Los que llevamos muchos años trabajando con este propósito: que nuestro paso por esta vida respete en la medida de lo posible a la tierra que precisamente nos permite vivir, incluso mucho antes de que se hablase de Greta Thunberg o Green Recovery, al unísono nos preguntamos, y, ¿cómo es esto posible?,¿cómo es posible planificar intensivas mesas de debate sobre cómo construir una sociedad sustentable sin tener un eje claro y contundente de construir y vivir con madera y otros materiales orgánicos? Esto resulta aún más doloroso en un país forestal como Chile.

Pensando en ello este fin de semana, no pude salir de mi asombro al leer la reciente publicación de Nature: resulta que los materiales creados por el ser humano, en donde por supuesto el hormigón es el número uno, ya exceden toda la biomasa del planeta. Dicho de otro modo, nuestras grises urbes, bienes y autos ya pesan más que todos los árboles, plantas, animales y microorganismos de la tierra. Esta afirmación, que a mi modo de ver debería detonar una reflexión existencialista sobre qué estamos haciendo con la tierra, pasa sin embargo prácticamente desadvertida, especialmente en muchas mesas de trabajo sobre sustentabilidad. Es más, yendo a una conversación del día a día uno puede escuchar que una de las principales ventajas del hormigón es que no se quema y que tiene una durabilidad cuasi infinita. En vista de ello, me podría alguien explicar ¿qué vamos a hacer exactamente con las 1,1 teratoneladas de material extremadamente durable (principalmente hormigón, aunque también plásticos y metales) que hemos esparcido sobre la faz de la tierra y que ya exceden a toda la biomasa “fabricada” por la naturaleza?

Resulta que cada año producimos 12 km3 de hormigón lo que absorbe 1/10 del agua consumida a nivel industrial por el planeta. Cuesta asociar un volumen expresado en km3, pero básicamente ese volumen alcanza para cubrir el gran Santiago con una losa de 8 metros de altura cada año. Si la industria del cemento fuese un país, sería el tercer mayor emisor de CO2 de la tierra, después de EE.UU. y China. Y sabemos bien que el hormigón es muy difícil de descomponer. Entonces cabe preguntarse ¿por qué no vemos al hormigón como una fuente de contaminación y limitamos su uso al igual que lo hacemos con el plástico? Si a final de cuentas, la cantidad de hormigón que se produce cada dos años excede a todo el plástico producido a lo largo de la historia.

Lamentablemente mi opinión es que esto se produce porque el mercado por sí sólo no es capaz de propiciar una reducción de toda esta contaminación. Dicho de otro modo, es un tema de precios, ya que, al fin y al cabo, una tonelada de cemento cuesta 50 USD en China, mientras que una tonelada de acero cuesta alrededor de 500 USD y de madera unos 1000 USD. Como suele ser habitual, contaminar ha sido y es rentable. Reducir el consumo de plástico ha requerido en muchos países un preciso y muy estudiado plan de estímulos y penalizaciones por parte de las autoridades además de poderosas campañas de sensibilización. Utilizar bolsas de tela y bolsas biodegradables, ambas más caras que las típicas bolsas de plástico, así como la reutilización de las propias bolsas de plástico para reducir la producción de nuevo material, ha requerido medidas concretas por parte de las autoridades, las cuales han cambiado nuestra forma de vivir. ¿Cuáles son las medidas para reutilizar viviendas, para emplear madera y materiales orgánicos, y para utilizar materiales cementicios suplementarios? Si nos dimos cuenta de que las bolsas de plástico no iban a dejar de utilizarse por sí solas, ¿por qué estamos esperando a que el mercado por sí solo reduzca el uso del material más empleado del planeta? De hecho, este reto tiene una envergadura mucho mayor que el reto del plástico, y por tanto necesita acciones que estén a la altura.

El hormigón nos ha permitido llegar hasta donde hemos llegado. Tras dos guerras mundiales, hemos podido construir esta sociedad en la que vivimos gracias al hormigón; al fin y al cabo, el hormigón es el material más empleado. Tenemos mucho que agradecerle. Además de ser extremadamente barato, es excelentemente resistente y rígido. Pero, ya en el 2020 hace mucho tiempo que salimos de la guerra mundial, y ahora afrontamos una lucha mundial mucho mayor, la del cambio climático, y en términos más generales, la del abuso en la explotación y transformación de los recursos naturales a nuestro antojo. Lo artificial en esta tierra ya supera lo natural y a esto hemos llegado con el peso protagónico del hormigón convencional. Ha llegado la hora de ser selectivos, debemos limitar su uso a situaciones en donde tenga sentido y para ello se necesitan estímulos y leyes concretas. Si es necesario crear viviendas extremadamente baratas para personas en situación de vulnerabilidad o es necesario construir un rascacielos, me parece razonable hacerlo de hormigón tradicional, entendiendo que su uso está justificado.

Pero por qué seguimos construyendo cualquier tipo de edificación (edificios públicos, infraestructura, no importa lo que sea), con hormigón, y salvo pocas excepciones, con el hormigón ‘de toda la vida’, ese que precisamente está modificando severamente la vida de todos los organismos de la tierra. ¿A qué estamos esperando y por qué seguimos postergando un problema tan sumamente evidente? ¿Somos capaces de seguir sometiendo a todos los seres vivos del planeta por nuestro propio egoísmo habiendo alternativas como la madera, que ha demostrado viabilidad centenaria en Norteamérica, Norte de Europa y Oceanía? Somos conocedores, además, que la madera, al igual que lo ha hecho el acero por décadas, puede combinarse simbióticamente con el hormigón. Dentro de una sola estructura es posible materializar partes esenciales de los edificios con hormigón, y el resto puede perfectamente ser construido con madera. Sucede además que dicha combinación es especialmente atractiva en el contexto de un país sísmico como Chile, debido a que la madera pesa seis veces menos que el hormigón y por tanto los edificios híbridos son sometidos a fuerzas sísmicas muy inferiores.

Retorno, por tanto, a mi pregunta inicial: ¿por qué no estamos considerando específicamente a la madera estructural en la era de la sustentabilidad? En mi opinión, esta debería ser una de las principales líneas de actuación de las autoridades. Confío en que dentro de la recuperación que nos espera, podamos contar con medidas específicas para fomentar dicho cambio paradigmático, lo que por cierto está sucediendo en numerosos países del mundo.

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