25 de Noviembre, 2019
“Nos fuimos por una carta menos segura, porque el concurso pedía un producto y nosotros presentamos un material. Fue el profesor quien nos ayudó a definir más y darle otra mirada al proyecto”, señala Damián Araos, en compañía de Catalina Fuenzalida y Franco Gnecco. Mientras están en la cafetería del cuarto piso de la Escuela de Arquitectura en el campus Lo Contador de la Universidad Católica, los estudiantes analizan su paso por el Concurso de Diseño enmarcado en la Semana de la Madera 2019.
El resultado fue The Wood Leather (o “Cuero de Madera”, en español), un biomaterial en base aserrín, cuya receta final —luego de varias pruebas— es 15 gr de agar agar, 22,5 ml de glicerol, 500 ml de agua, 20 gr de gelatina y 13 gr de aserrín. La gran innovación de esta especie de eco cuero es que posee una gran flexibilidad y maleabilidad, lo que permite que pueda ser cortado, pegado y cocido como el cuero tradicional, pero con la diferencia de que la producción detrás es 100 % sustentable.
Los tres están en quinto año de diseño y se enteraron del concurso por un boletín que envía la escuela cada 15 días a los estudiantes. Previamente habían participado en un concurso con la Embajada de Holanda en Chile. Al principio, Araos participaría solo, pero después contactó a sus otros dos compañeros. Cuatro meses estuvieron preparando y afinando los detalles del proyecto, junto a su profesor guía, Tomás Vivanco. La primera instrucción que les dio fue repensar el material. Ver cómo podían trabajar con desechos, regenerar el material, reconstruirlo de cierta forma. Y desde ese resultado, pensar en un producto. “Era una oportunidad para profundizar nuestros años de carrera en algo que realmente nos gustará”, dice Fuenzalida.
El día del pitch, cuando expusieron su proyecto frente al jurado, como equipo admiten que iban un tanto nerviosos: “Pensamos que hubiésemos calzado en la categoría de Innovación, porque no consideramos tanto al usuario, sino que más el material”. No obstante, la recepción de los evaluadores fue muy positiva. “Nos preguntaron si habíamos pensado trabajarlo en zapatos. La gente que iba a ver el proyecto también mostró mucho interés”, recuerda Fuenzalida.
El largo camino recorrido para llegar a The Wood Leather demuestra la importancia de trabajar y valorizar los residuos. Que no se pierdan, que vuelvan a un nuevo material, es decir, un ciclo completo y constante. La elección del nombre también tuvo una mirada estratégica: “El nombre buscaba acercar a la gente al producto mediante algo que ya conocen: el cuero. Hay que demostrar que los biomateriales son posibles y que se puede dar solución a los problemas que hoy en día existen en el medioambiente”.
La cocina del departamento de Franco Gnecco fue el lugar donde el equipo llevó a cabo los experimentos. Al principio hubo muchos errores. Cada paso que daban, con distintas temperaturas y cantidades, lo iban registrando en fichas con el fin de que el proceso fuese controlado. Estuvieron casi tres meses realizando los ensayos. Generaron más de 30 pruebas en probetas chicas para ver cómo se comportaba el material, cómo resultaba mejor. “Una cosa es que te resulte una vez y otra es poder replicarlo, mantenerlo estable durante el tiempo y poder reproducirlo”, señala Gnecco.
Compraron tres ollas y el resto de las herramientas fueron una pesa, un termómetro y una deshidratadora, máquina que otorga una temperatura controlada para poder secar las muestras. El agar agar fue un ingrediente clave, debido a que otorgaba flexibilidad, textura y brillo. Se tomaron pruebas con distintas medidas, según la textura que se quería lograr. El agua también cumplió un rol fundamental, ya que la mezcla se va deshidratando y eso influye en el grosor. En un principio pusieron 5 cm de mezcla, pero quedó de 2 mm.
Fabricaron para el concurso algunos objetos como un estuche para lentes de sol y una pulsera de reloj. Para eso tuvieron que generar unas planchas y verter la mezcla líquida. Cuando se secó, obtuvieron unas láminas muy delgadas, similares a una pegatina. Luego, elaboraron plantillas por el computador y las cortaron con corte láser. Finalmente, añadieron una costura tradicional y las terminaciones. Sin embargo, intentaron también fabricar un estuche para computador, aunque finalmente no pudieron porque no contaban con una plancha tan grande y tampoco con una deshidratadora con mayor capacidad.
En los países (principalmente de la Unión Europea) donde la bioeconomía es un modelo exitoso, el uso de los materiales biobasados es completamente factible. En Chile, se ha experimentado un fuerte auge, pero en la teoría falta investigación y en la práctica, financiamiento. “Ninguno de nosotros teníamos tanta información sobre biomateriales. Lo habíamos visto al aire, un par de ramos, pero falta esa profundización. Nos tiramos a la piscina”, recalca Araos.
Para el equipo el financiamiento significó un problema: no tuvieron acceso a una maquinaría más industrializada que permitiera una producción más ágil. Si una muestra tardaba dos semanas en producirse, con las herramientas adecuadas hubiese demorado un día. Otra limitante que ve Gnecco es la aceptación hacia los biomateriales: “Ahora se está desarrollando un proyecto en la UC que es con hongos, y por la palabra ya hay cierto estigma. Nadie, o muy poca gente, quiere utilizar desechos”.
Por su parte, Fuenzalida plantea que lo ideal sería que temas como la bioeconomía, biomateriales y economía circular, se abordaran de forma interdisciplinaria: “No solo gente de diseño, sino que de la biología, ingeniería, etc. que las disciplinas se unan para buscar soluciones que le sirvan a las personas. Productos mejores y más amigables con el medio ambiente”.
Respecto al futuro del proyecto, como equipo les gustaría seguir desarrollando la marca detrás del material, no en el sentido de cerrarlo como negocio, sino de continuar con la investigación. También, crear un grupo para compartir información con recetas “open source”, algo al estilo de la plataforma web Materiom.
Además, el equipo hace un llamado a que los estudiantes se atrevan a concursar, a descubrir, a investigar y a pensar de forma distinta los materiales. “No es un camino fácil, te tiene que gustar. Nosotros nos quedábamos fines de semana enteros, pero lo hacíamos con gusto porque es lo que nos apasiona”, agrega Fuenzalida. “Ojalá que el Gobierno financie más proyectos y abra más concursos. El ministro de Ciencia y Tecnología, Andrés Couve, mencionó en la inauguración de la SDLM 2019 el tema de los biomateriales como algo que viene potente, que está generando mucho impacto, pero que todavía no se está tomando en cuenta y que hay que inyectar más dinero”, señala Araos.
“Para toda la gente joven, desde la práctica del diseño, los biomateriales son una opción concreta para contrarrestar la crisis del medioambiente”, concluyen como equipo.
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