Capilla de Aire: una historia sobre mantos, vacíos, osaturas y epopeyas.
“Pero antes de seguir adelante, creo que he de explicar que características debe reunir, en mi opinión, el arquitecto. En efecto, no voy a considerar como tal a un carpintero, a quien tú podrías poner a la altura de los hombres más cualificados de las restantes disciplinas: pues la mano de un obrero le sirve de herramienta al arquitecto. Yo, por mi parte, voy a convenir que el arquitecto será aquel que con un método y un procedimiento determinados y dignos de admiración haya estudiado el modo de proyectar en teoría y también de llevar a cabo en la práctica cualquier tipo de obra que, a partir del desplazamiento de los pesos y la unión y ensamblaje de los cuerpos, se adecue, de una forma hermosísima, a las necesidades más propias de los seres humanos. Para hacerlo posible, se necesita de la intelección y el conocimiento en los temas más excelsos y adecuados. Y de tal índole será el arquitecto.” (León Battista Alberti, De Re A edificatoria, 1443-1452)
No siempre un estudio riguroso nos lleva al lugar preciso para hacer lo indicado. También existe esa intuición de decir “aquí funcionaría tal cosa” o “se vería bien intervenir de tal forma esto”. A veces hay algo que nos llama la atención, que nos interesa explorar o que queremos hacer y que se transforma en una motivación valiosa cuando uno debe proyectar arquitectura donde no la hay o donde nadie la espera. Es así como se llega al santuario de San Sebastián en Cauquenes, que como tal sólo contaba con el nombre, un altar, unas bancas y unas banderas que dispersas por todo el terreno trataban de resaltar al lugar en la inmensidad del paisaje del secano costero de la Región del Maule.
Luego surgen algunas preguntas: ¿cómo hacer aparecer ese lugar dentro del paisaje?, ¿cómo darle escala, forma, tamaño?, ¿cómo se diseña un espacio religioso abierto?, ¿qué medios materiales son los indicados para cumplir con las propias expectativas, con las intuiciones? La solución parecía ser recurrir a las cosas que también se encontraban dentro del paisaje y que acompañan los trayectos de los viajeros de CVC. Una de ellas son las viñas, que llenan enormes terrenos con un orden que solo se aprecia desde un ángulo, pero que desde otro se transforma en un desorden que genera un movimiento casi perpetuo, de kilómetros y kilómetros, de horas y horas. Pareció interesante rescatar la sinuosidad del manto, el efecto visual que produce el aparente desorden y el aire que lo envuelve y lo separa del suelo.
El vacío ha sido uno de los temas principales y recurrentes de todo espacio religioso y forma parte del inconsciente colectivo de las personas. Por ello es un elemento fundamental de esta obra: su tamaño hace aparecer el santuario en la ruta; el programa se robustece con su escala y espacialidad; se crean instancias en torno a él para organizar la procesión y el rito religioso mediante la posición del acceso, la distribución de los recorridos, la ubicación de las pausas, lo difuso de sus bordes, la variabilidad de su altura, las densidades cambiantes de las tramas que lo envuelven, algunos quiebres necesarios para dar orientaciones y órdenes.
Además el vacío es, probablemente, uno de los puntos de entrada más recurrentes en nuestra disciplina para controlar el proceso de diseño y para concebir la arquitectura de cada proyecto u obra. Durante décadas, una y otra vez, maestros y aprendices de la Arquitectura lo han usado insistentemente, consiguiendo muy pocas veces resultados magistrales ((Le Corbusier, Mies van der Rohe, Rem Koolhaas y varios otros que han sido capaces de provocar cambios radicales en la concepción de la arquitectura y la ciudad)) (innovación disruptiva), algunos destacados, muchos resultados promedio y bastantes para el olvido (hay que ver nuestras ciudades….). Sabemos que no es fácil dominarlo pero como dicen que “la práctica hace al maestro” es mejor comenzar ahora, más considerando que la arquitectura es una práctica incremental y que la mejora en el desempeño es un camino que se debe proyectar a mediano y largo plazo.
Construir “con aire” ((Entiéndase como metáfora)) es una de las estrategias más astutas y sustentables de la humanidad. Hacer arquitectura económica en el uso de los materiales es posible por la existencia de un cuerpo de conocimiento disciplinar sobre la forma estructural y arquitectónica, producto del estudio y experimentación acuciosa de los fenómenos físicos que afectan a las estructuras. La metáfora del aire ayuda a poner en perspectiva hechos tantas veces descritos en los libros de historia: bóvedas, cúpulas y cáscaras para la piedra y el hormigón armado; entramados bidimensionales y tridimensionales para el metal y madera; aire y cables para los textiles y las neumáticas. Y en este caso, construir con aire algo que debía ser grande y para lo cual no había mucho financiamiento ha resultado ser una fórmula apropiada.
A la estructura de madera reticulada que conforma la Capilla de Aire se le ha sacado de lo obvio mediante la incorporación de un perfil sinuoso, tanto en planta como en elevación, que dota al conjunto de algo que (hasta ahora) es un fantasía en arquitectura: el movimiento. Imaginamos que las configuraciones óseas de los seres vivos, más sus musculaturas, determinan la belleza en el movimiento de las aves cuando vuelan, de las medusas cuando nadan, de los felinos cuando corren. Pero la propiedad de la ondulación está también presente en elementos como las telas, los mantos y otras superficies flexibles, que como en los seres vivos, se caracterizan por estar constituidas por múltiples articulaciones que posibilitan sugerentes patrones de movimiento. Los mantos, las articulaciones, el aire en movimiento y una dirección son los componentes inspiradores que permiten delinear una silueta que parece avanzar por sobre los cerros, como si estuviese en continuo y perpetuo movimiento.
Los preparativos de la construcción no fueron del todo fáciles pues costó encontrar a alguien que se atreviera a hacer algo que se veía tan complicado, más considerando que el pago por la mano de obra era poco atractivo. Se realizaron varias reuniones con carpinteros que, una vez finalizada la exposición del proyecto, para tratar de entender lo que tenían ante los ojos preguntaban si se trataba de un galpón o algo similar. Finalmente se dio con la cuadrilla precisa: el carpintero jefe accedió pues era un desafío realizar algo así, lo que reportaría prestigio y diferenciación al equipo ejecutor.
Para comenzar la obra había planos y una maqueta. Al revisar los planos en detalle toda la comprensión del equipo volvió a cero, por tanto la maqueta se transformó en la herramienta imprescindible para poder ir explicando cómo se construiría lo que se había trazado en el suelo a partir del plano de ejes. Si bien cada componente constructivo se detalló profusamente en papel y muchos de ellos se estandarizaron, hubo que desarrollar maquetas al pie de la obra para transferir la información de ángulos, posiciones y encuentros de elementos estructurales. De esa manera los carpinteros pasaban las maquetas a modelos reales, tomando un ritmo de trabajo rápido y dinámico que en un momento permitió que el equipo funcionara prácticamente solo, con muy pocas instrucciones verbales. A medida que la obra avanzaba comenzaron las preguntas de los feligreses que seguían visitando el santuario: que era y cuál sería su utilidad; si era techo, si llevaría cubierta o no; que no pasaría el invierno y que se caería; que el sol doblaría las piezas de madera; que se podría caminar sobre la estructura; que cuando se colocaría la escalera o que sería un segundo piso dentro del terreno. Afortunadamente la expectación causada por las faenas permitió recaudar más dinero para financiamiento, tanto en el lugar como en la ciudad, mediante el antiguo sistema de la colecta en un recipiente (casi 15% del costo total).
Tareas aparentemente fáciles desde el punto de vista teórico o que se resuelven rápidamente con mayores presupuestos demandaron más tiempo del planificado o se complicaron por factores prácticos o imprevistos: colocar pernos en pilares con ángulo; brocas atascadas por exceso de humedad de la madera; trabajar a 6 metros de altura sobre un suelo muy irregular con un par de andamios, mucho peso y sin medios mecánicos; fuertes vientos acrecentados por lo expuesto del terreno; grandes incendios ((Parte de los incendios que durante el verano de 2012 han afectado a gran parte del sur de Chile, desde la Región de O`Higgins hasta la Patagonia)) de pastizales y bosques de espinos que exacerbados con las altas temperaturas llegaron a estar a 250 metros de la obra; alerta roja en la ciudad, vuelos sin cesar de helicópteros cisterna y un humo tan denso que la visibilidad se redujo casi a cero; un sismo grado 5,5 Richter en una zona que hace menos de 2 años sufrió uno de los terremotos más grandes de la historia -8,8 Richter-; mover una gruta de hormigón existente con un montacargas y contra la voluntad de varios fieles; subir y bajar herramientas todos los días y todo el día; armar más de 100 metros de extensiones eléctricas para poder hacer llegar la energía donde correspondía; más de 300 kilos de clavos de diferentes dimensiones utilizados para construir, al punto de agotar algunos stocks en la ciudad de Cauquenes en varias oportunidades.
Esto, en resumen y sin querer agotar, es Capilla de Aire: una historia sobre mantos, vacíos, osaturas y epopeyas.
Fotografía: Rodrigo Pereira
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