18 de Noviembre, 2020
La crisis medioambiental y el déficit habitacional podrán tener solución gracias a la bioeconomía, un modelo que encaminará a las ciudades hacia un funcionamiento y abastecimiento más sostenible. La madera como material de construcción, jugará un rol clave. Pero también la gestión de residuos, el reciclaje, la eficiencia energética, la obtención regenerativa de recursos y un transporte más limpio y eficiente, entre otros aspectos.
Sobre estos temas trató “Ciudades de madera, bioeconomía y urbanismo”, uno de los nueve seminarios que fueron parte de las actividades de la Semana de la Madera 2020. Este seminario fue el primero que se realizó y contó con la participación de tres expositores: Xavier Marcet, presidente del Instituto de Arquitectura Avanzada de Cataluña (IAAC) y presidente de Lead To Change, quien expuso en “La ecología urbana como oportunidad”; Daniel Ibáñez, consultor senior en Construcción en Madera y Desarrollo Urbano del Banco Mundial, investigador asociado en Harvard University GSD y autor del libro Wood Urbanism, quien encabezó “Urbanismos en madera: una agenda para el desarrollo sostenible”; y Vicente Guallart, arquitecto Jefe de Barcelona, fundador de Guallart Architects e IAAC, quien presentó “Habitar en la era post Covid-19”.
Xavier Marcet partió explicando el concepto de “biociudades”, aquellas que buscan reconciliarse con la naturaleza pasando de ser “depredadoras de recursos” a “aportadoras mediante la sustentabilidad”. Para ello presentó un decálogo sobre cómo sería dicha transición de una ciudad ordinaria a una biociudad, con puntos como el sentido de urgencia.
Los actores públicos y privados deben “predicar con el ejemplo”. Esto, explicó, acompañado de una necesidad de actualización, tecnología e investigación: “La planificación urbana y estratégica no se puede hacer con agentes del pasado”. Para Marcet es fundamental que las ciudades aprendan “y se adapten rápido y correctamente”. Pero este cambio no puede ser de forma autónoma: se necesita dirección de la gestión pública. Y ese mismo reto debe ir al sector privado. “Las empresas deben saber ver que la economía verde trae grandes ventajas como la responsabilidad social empresarial, innovación, agregar valor a sus productos, etc. Se deben replantear sus modelos de negocios, cómo obtienen su dinero y si se alinea con dichos objetivos”, señaló.
“El emblema de la biociudad es la madera”. Con esa frase Marcet explicó qué rol jugará la madera en esta nueva transición donde la construcción, no solo a nivel de materiales y producción, será un aspecto clave. La madera, tanto en su crecimiento como en la vida del edificio o vivienda, cumple con el objetivo de reducir la huella de carbono de forma más efectiva que la mampostería tradicional. Pero para el expositor se debe ir aún más lejos: “El reto es producir asfalto y aislantes en base a celulosa para que la construcción completamente tenga materiales sustentables”.
Marcet expuso que la tecnología jugará un rol clave en la medición, predicción y prevención de la eficiencia energética, indicadores de contaminación y disponibilidad de recursos. “Se necesita trabajar con datos, se necesita la ‘internet de la ciudad’, es decir, una inteligencia artificial que provea datos del funcionamiento de la ciudad. Aplicaciones que ayuden a ciudadanos y empresas a tomar decisiones basadas en datos”, enfatizó.
La transición de una “economía depredadora” a una basada en la bioeconomía implica cuestionar y replantear la forma en la que industria se abastece. Según Marcet, la biociudad debe contar con un “aparato económico que sea capaz de producir riquezas para sostener grandes necesidades sociales”. Este nuevo modelo de ciudad debe ofrecer de forma íntegra vivienda, trabajo, educación y cultura. “El Covid ha cambiado el formato del trabajo por lo que necesita repensar el mercado. En una biociudad el desafío es que el modelo de trabajo y económico sea sostenible e inclusivo”, agregó. En esa línea, destacó el rol de los emprendimientos, los cuales deben “tener un impacto masivo más que ser en masa”.
Para el segundo expositor, Daniel Ibáñez, los procesos de urbanización son algo global y complejo. El territorio ha ido creciendo para dar abasto a servicios y recursos materiales y energéticos. En esta extensión, planteó, hay que analizar el “metabolismo urbano”, un marco de investigación que describe todas esas transformaciones materiales a través del entendimiento de sus múltiples escalas desde un punto de vista social, biológico y técnico, entre otros. “Cuando se construye un edificio, no solo es de dónde se obtiene su material y cómo se construye, sino que también la huella de residuos, el transporte, las relaciones laborales que se generan”, ejemplificó.
Ibáñez enfatizó que arquitectos y urbanistas deben diseñar desde esta perspectiva, considerando dichas “relaciones metabólicas” para así lograr que su trabajo contribuya a la mitigación de huella de carbono y cambio climático. “El problema es que actualmente la mayoría de las ciudades están teniendo flujos metabólicos muy lineales, es decir, toman recursos de la biosfera y los devuelven en forma de desechos. Esto aumenta la contaminación y se pierde la biodiversidad”, advirtió.
El trabajo de Ibáñez consiste en tratar los aspectos del metabolismo urbano, visualizar las complejidades entre el objeto de diseño, generalmente un edificio o un barrio, y sus contextos materiales, ecológicos y energéticos, con el objetivo de crear relaciones positivas. Es decir, pasar de este metabolismo lineal a uno circular. Y en ese objetivo, afirmó, la madera como material será clave en la creación “de futuros urbanismos sustentables” y que “la madera liderará esa transición hacia la biociudad”.
Para esto se apoyó en Wood Urbanism: de lo molecular a lo territorial, libro que coeditó en 2019. En él se aborda “desde el bosque como un paisaje cultural y productivo, hasta la madera como un material de construcción”. Ibáñez destacó que la madera está adquiriendo protagonismo por todas sus propiedades: material renovable, eficiente, versátil, duradero, con propiedades aislantes y térmicas; captura carbono, entrega una construcción limpia y eficiente. También, el auge de la madera maciza y sus derivados (como el CLT), y los beneficios de la prefabricación.
El investigador expuso que para que la madera logre su cometido en la mitigación de la huella de carbono y funcionamiento sustentable de la ciudad, arquitectos y urbanistas deben explorar las relaciones detrás de un proyecto de madera. Decisiones como “los tipos de especie, certificaciones, regulaciones o regímenes laborales, importan tanto como la elección material”, afirmó.
Junto a la captura de carbono, Ibáñez destacó que la madera puede servir para la reactivación económica. Un ejemplo de esto fue Detroit, ciudad que ha comenzado a plantar bosques en tierras que antes no usaban. Recalcó la importancia de más y mejores bosques, es decir, un manejo sustentable, productivo y biodiverso. También comentó que madera permite “la innovación en técnicas, perspectivas y tipologías arquitectónicas”.
Según Vicente Guallart, la era post Covid-19 va a requerir transitar hacia las smart cities, ciudades inteligentes cuyo sello será la sustentabilidad la cual no solo dependerá “de factores tecnológicos sino que también de ecológicos”. El cambio, señaló, implicará aspectos como el transporte, el cual debe ser eficiente, limpio y poco invasivo para la ciudad; y la autosuficiencia: “En un mundo globalizado, con déficit habitacional y viviendas cada vez más caras, la energía proviene de diferentes partes del mundo. Hay que repensar el modelo para que la producción de recursos sea local”. Lo mismo aplica para los lugares de trabajo, deporte, recreación y cultura. De ese modo, dijo Guallart, se obtiene una relación positiva: mientras más cerca la obtención de recursos, menos es el gasto en transporte; por ende, menor emisión de carbono.
Guallart planteó la importancia de que la ciudadanía cambie de ser consumidora a ser productora. Y para ello dispondrán de algunas herramientas como el “internet de la energía”. En este nuevo “modelo de financiamiento comunitario” el abastecimiento de recursos estará conectado y la ciudadanía podrá monitorear la disponibilidad y compartir información relevante a través de apps.
Otra herramienta de la cual podrán sacar ventaja las ciudades, señaló Guallart, serán los Fab Labs. Gracias a la fabricación digital será posible agilizar, modernizar y personalizar la fabricación de un producto. La conectividad o “red” que generan los Fab Labs también permitirá que arquitectos y diseñadores se conecten y gestionen a través apps, por ejemplo, el manejo sostenible de bosques. “La madera permite esa cadena de valor completa, que todos los sectores productivos estén juntos”, afirmó. Estas fábricas de ideas, como también se les conoce, beneficiarán a los emprendimientos y el potenciamiento de una silvicultura y agricultura urbana. “Los Fab Labs lo permiten todo”, concluyó.
Reafirmó el concepto de que la biociudad no solo implicará la construcción en madera, sino que también la obtención sustentable de energía y alimentación. Y que la economía debiese apuntar a una producción más local donde se fabriquen productos para satisfacer necesidades y no se exporte tanto. También destacó la importancia de los barrios ecosustentables y la necesidad de invertir: “Se necesita dinero para una huerta, paneles solares y sistemas de riego”.
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