Un tono de espera y desde la Región del Biobío contesta el arquitecto Frane Zilic, quien saluda y se oye bastante cómodo conversando desde su oficina, en la Universidad de Concepción. El director de Polomadera, programa que busca crear valor agregado al procesamiento de esta materia prima, proyecta un 2019 con varios proyectos, entre ellos, un edificio de ocho pisos con madera. Algo que les exige un mayor desafío ante las legislaciones actuales.
Explica que la normativa vigente está pensada para el hormigón, un material muy frágil que parece duro, sobre todo al tocarlo, pero que no resiste mucha deformación. Lo anterior es un factor limitante en hormigón, pero “con la madera es distinto porque no es tan dura, por lo tanto es menos frágil, más elástica. Sin embargo, si queremos un edificio igualmente indeformable que uno de hormigón, necesitamos meter tanta madera que se hace poco competitivo. No es un problema que no se pueda resolver, sino que no vale la pena por términos económicos”.
Que la legislación esté contemplada para otros materiales es una situación desfavorable y, aunque no es que se prohíban las construcciones en madera, sí presentan el hándicap de que una construcción totalmente en madera se deformaría –aunque no significa que no fuese estable y segura– más que materiales como el hormigón, quedando fuera de los estándares de la normativa. Por eso este proyecto de ocho pisos de madera se trabaja con una solución por medio de aislación basal, algo que hace viable cualquier edificación en Chile. Sin importar terreno o zona sísmica, menciona.
Como el trabajo de Polomadera se relaciona con la educación, investigación y extensión tecnológica, además de asesorías técnicas y prototipaje de productos, atribuye que las pertinencias de las características positivas de la madera son fenómenos hoy relevantes. Sin embargo, aspectos como la construcción sostenible o el impacto que genera en la comunidad no eran una preocupación hace diez o 15 años atrás. El crecimiento demográfico es un asunto que provoca que una alternativa como la madera sea más imperante que antes.
“Si a eso le sumas el conocimiento técnico y ciertos materiales que han avanzado por parte de la ciencia e industria, se hace más fácil obtener los estándares de calidad necesarios para una construcción durable”, dice al teléfono. Ese “rayado de cancha”, como menciona, es rol del Estado. Una discusión que no se ha dado es cuánto debe durar la edificación pública.
“Si el Estado tiene que hacer una vivienda social, cuánto debe ser su vida útil. Hablamos de 25, 50, 75, 100 años o cuánto, y por qué. Eso es lo que finalmente desencadenará una serie de medidas necesarias. Por supuesto que se pueden hacer viviendas de madera pensadas a 100 años, y mucho más, pero hay que ser más riguroso y estricto con ciertos criterios de diseño”. Lo último que comenta al teléfono es que no necesariamente encarece el proceso, pero sí es determinante en lo que concierne a lograr ese estándar. Por ejemplo, en la calificación del personal.
Con un leve suspiro dice que no sabe qué es primero, el huevo o la gallina, pero que los chilenos no tenemos una formación técnica adecuada. Hace memoria de la carrera, en el CFT Lota Arauco, de técnico en Construcción en Madera. Duraba dos años y medio, pero en menos de eso el mercado terminó regulando y los empleadores no necesitaban tanta especificación. Necesitaban gente que supiera de todo, “de hormigón, albañilería, que fuera más bien una especie de maestro chasquilla”. La carrera habría terminado llamándose Técnico en Construcción, a secas.
Con una tenue interferencia dice que la experiencia es distinta en Japón, donde son necesarios 15 años de formación como aprendiz de carpintero para intervenir en los templos. Otro caso notable sería el de Francia, donde en una escuela de carpintería llamada “Los compañeros del deber”, con más de 60 sedes, se necesitan dos años de internado, tres y medio como aprendices y luego ese mismo tiempo como profesores.
Ejemplos diametralmente opuestos casi obligan a preguntar sobre la realidad nacional, donde explica que los chilenos sabríamos usar las máquinas pero no planificar obras. Desde Polomadera, con sus capacitaciones en nuevos procedimientos, técnicas constructivas y tecnologías para la transformación de la madera, han hecho el análisis de la poca formación entorno a control térmico, secuencias de montaje e intuición respecto a temas acústicos. “Son aspectos básicos, referenciales, pero que también son sencillos y que entienden muy bien”, dice Zilic.
–¿Cómo es el consumo energético de construir en madera y cómo se compara a otras formas de construir? ¿Podríamos hablar de un menor gasto?
No sé si tu abuelita está viva pero pondré el ejemplo de la mía, que no lo está. Si le paso un Ferrari a ella y yo tengo un Toyota, de seguro le ganaré en una carrera. El hecho de que ella tenga un Ferrari no hace que corra más rápido. Siempre depende de quién maneje. Con la construcción en madera pasa lo mismo, no se puede decir que es mejor porque no es de por sí. Vale igual al revés, porque tampoco es mala per se, es malo el arquitecto, ingeniero o constructor que la ejecutó. Lo que sí puedo decir es que, en la medida que se sepa hacer bien, es más fácil cumplir con altos estándares de eficiencia energética en la construcción en madera.
–¿En qué aspectos?
Transmite menos calor, es más precisa que otros materiales y más rápida de ejecutar. No son los criterios ambientales o energéticos los únicos aspectos relevantes, porque eso debe ir acorde a una lógica productiva que sea social y económicamente sostenible también. Solamente podemos evaluar la solución en su conjunto, no sacamos nada al ser eficientes energéticamente pero igualmente contaminantes. O caros.
–¿Qué mitos existen en torno a esta materia prima que te gustaría derribar?
El principal es que la madera tiene la culpa. Que la madera se pudra, se queme o le entren termitas, es cierto en estricto rigor, pero de nuevo va en la medida en que se hagan mal las cosas. La reputación que tiene la madera en la construcción la crearon todos los que hicieron mal el trabajo. Es difícil cambiar la percepción pero también es importante decir que existen las soluciones para que no ocurra lo que te mencioné. Es posible hacer una construcción en madera que dure mil años, incluso hay una de 1400 años. Teniendo los criterios de diseño claros, hay condiciones que uno puede respetar para que la madera se preserve seca y dure para siempre. Incluso algunos criterios de la obra original para después realizar cambios. No tengo idea de qué tipo de necesidades tendremos de aquí a 100 años. En la medida que tenga una obra fácilmente modificable, tengo la mayor certeza de que cumplirá con los desafíos futuros. Modificar una obra de hormigón es muy difícil, al igual que una de acero. De madera es mucho más fácil, además de barato.
–¿Por su facilidad de encaje?
Efectivamente los medios de unión pueden ser tornillos y es posible ponerlos y sacarlos, pero también es fácil porque agarro una sierra circular o motosierra y reemplazo un pedazo de tabique por una viga u otro elemento que supla la condición estructural que estaba cumpliendo. En el peor de los casos, con una porción de vivienda que no puede transformarse y debemos echarla abajo, esa misma madera puede servir para hacer un mueble.
–Volviendo a reutilizar el material.
Exacto, porque después, cuando termine su ciclo de vida que pueden ser otros 100 años, se puede moler y hacer papel. E incluso después, ese papel se puede reciclar y al terminarlo de usar sirve como sustrato para que sigan creciendo árboles en un terreno.
–El ciclo no acabaría, a diferencia de otros materiales.
Exactamente. Si queremos hablar de construcciones duraderas no es solamente en la condición inicial, en el momento cero por así decirlo. Tenemos que pensar en todo el ciclo para adelante. No tengo idea cuál es la vida útil del hormigón, alrededor de 100 a 150 años. Bueno, ¿qué pasará de aquí a 50 años más? Cuando los edificios de prácticamente todas nuestras ciudades cumplan su vida útil, ¿los demoleremos? ¿Qué haremos con todo eso?
–Recuerdo su presentación en COMAD 2018, donde también brevemente “ataca” el mito de la combustión. ¿Cuáles son sus argumentos?
La madera tiene dos características que parecen ser opuestas pero conviven en un mismo material. Es combustible y, sin embargo, resistente al fuego.
–¿Al mismo tiempo?
Sí, todo va en una cuestión de tamaño. Si ves un incendio forestal, los árboles que sobreviven son los más grandes. Los que se queman son los pequeños, que no volvieron nunca más a brotar porque no se preservó su tejido al interior. Otra manera de ejemplificar es el desafío de agarrar un tronco y prenderlo. No se puede porque lo necesario para ello es generar mucha superficie expuesta. Lo relevante es el tamaño porque hay un proceso de carbonización lento. Si esta es maciza, queda resistente por dentro.
–¿Y a qué atribuye los mitos que menciona en esta entrevista?
La industria tiene su grado de responsabilidad porque tiene que hacer las cosas bien. No son pocos los casos que veo de construcciones prefabricadas en madera, incluso in situ, donde no se toman los resguardos necesarios.
–¿Como cuáles?
Por ejemplo, hacer entramado liviano y no poner yeso cartón, protección necesaria para este tipo de construcción.
–¿Y el responsable es el mercado?
Claro. Lo que se debe hacer en ese caso es contar con mayor responsabilidad en la medida que suceda algo que dañe la estructura.
–¿Se refiere a una fiscalización?
Hay distintos sistemas. El más efectivo, me da la impresión, es el sistema de las compañías aseguradoras. En otros países como Estados Unidos, Francia o España son éstas las que entran en el rubro de la construcción porque el Estado exige un seguro por diez años. Entonces, la empresa constructora debe entregar una casa con un seguro por esos años, donde la aseguradora es la encargada de fiscalizar la calidad de la obra para no tener problemas. Eso, inmediatamente, pondrá los estándares de calidad necesarios por los que el Estado puede relajarse un poco con la inspección técnica.
Escrito por Marcelo Salazar Medina
Fotografías cortesía de Polomadera